LA DIFERENCIA ENTRE AMAR Y QUERER
En los inicios de la relación de una pareja, se suele utilizar de manera indiscriminada una frase sobrevalorada y en muchas ocasiones engañosa: te quiero. Es una confesión de amor que se entrega con una ligereza propia del viento. La mayoría de las ocasiones, en descargo de quien la utiliza sin sentirla, se hace sin tener conciencia de su falsedad. Seguramente es porque se pronuncia con tanta vehemencia que ambos acaban por darla como cierta. Pero para su mala fortuna, no hay nada que el tiempo no descubra. Es así que con su paso quien la entrega comienza a cansarse de usarla y la espacia hasta desaparecerla del lenguaje de la pareja. Ya en la soledad y envuelto en la desesperación, quien la recibía ilusionado, busca el momento justo en que inició a desvanecerse el amor. Lo hace con la falsa esperanza de que al encontrar la respuesta, pudiera reparar lo irreparable. Pero cronos lo acaba sacando del error y le hace comprender que no es que el amor se haya desvanecido. No es así, simplemente porque no se puede desvanecer lo que nunca existió.
Y es que el querer, en una primera etapa del amor, es un acto de mero egoísmo. Se quiere para uno, para satisfacer una necesidad de poder, de conquista; para demostrarnos y demostrar la capacidad de atraer. Aquí las relaciones son rápidas, pasajeras. La persona que se quería deja de ser el centro de atención y pasa a estorbar, a incomodar. Es ahí donde dejan de urgir los mensajes. Las antes instantáneas respuestas, ahora ya se entregan con horas de diferencia. Nos damos cuenta de que, el te quiero, que causaba tanta emoción, estaba incompleto. Era un te quiero para no estar solo, te quiero para demostrar, para demostrarme.
¿Por qué aquí el amor es tan efímero? Lo es porque no se quiere a nadie en especial y en consecuencia es fácil reemplazarlo. La ilusión va cambiando de apariencia y de nombre con rapidez. Aquí lo que importa es uno y nunca los sentimientos del otro. Se piensa primero en uno y después en uno.
A pesar de todo hay ocasiones que el egoísta te quiero persiste. Es así como pasamos a una segunda etapa del camino al amor. La diferencia con relación a la anterior es que aquí el sentimiento va dirigido a una persona en específico. Se comienza a diferenciar y disfrutar la compañía del elegido. Se traspasa la delgada línea que marca la diferencia entre cualquiera y alguien en especial. Pero no te vayas a confundir, incluso así es un te quiero para no estar solo, con la diferencia de que lleva el sufijo, te elijo a ti para ello. Quien lo pronuncia intenta hacer sentir especial a quien recibe el supuesto halago. Se convence a la persona seleccionada que debe de sentirse afortunada, que es el ganador del momento entre la multitud de aspirantes. ¿Y qué crees?, la mayoría acaba por comprar ese boleto. Quien recibe los te quiero se siente único. Toca el cielo y cambia su código postal a las nubes. Pero aun así el sentimiento está envuelto en egoísmo. La ilusión puede romperse de un momento a otro y eso sucede, se rompe. De nuevo la confesión de amor es un acto de egoísmo, solo que en esta ocasión con destinatario. Quien se va extrañará la compañía elegida, pero solo hasta que encuentre a alguien que proporcione una igual o mejor. Nuevamente quien se queda se preguntará qué sucedió. Espantado se dará cuenta que fue fácil de sustituir; de que siempre hay alguien más agradable, más simpática, más guapo, más hermosa, más culto, más…
Si el sentimiento persiste, madura. Con ello da lugar a una metamorfosis impensada. El te quiero deja atrás al egoísmo. Se deja de pensar en uno para hacerlo en el otro. Aquí nos preocupa y ocupa el sentimiento de quien queremos, aquí actuamos pensando en él. Se evita hacer daño, se camina descalzo para no despertar del sueño que se empieza a vivir. Se deja de ser el protagonista para convertirse en complemento de quien se quiere. Cuando el te quiero madura, se convierte en amor, los te quiero ceden su lugar por una nueva expresión que se pronuncia con el corazón, te amo.
¿En qué momento nos encontramos?, ¿queremos o amamos? Si se es egoísta, si se piensa en uno solamente, si poco o nada importa el sentir de la otra persona, definitivamente queremos, queremos por egoísmo. La distancia, como casi siempre, nos regala perspectiva única y en el amor no es excepción. Cuando solamente se quiere, el alejamiento nos da paz, nos regala un espacio que nos hace sentir bien. Pronto se encuentra quien pueda dar lo que el otro nos daba. Cuando se llega a amar, se piensa en función de la otra persona y lejos de querer sustituirlo, se crean escenarios donde se coloca a quien no está. Se piensa en él en acción, es decir, se camina con él, se conversa con él, la comida se disfruta con él, aunque solamente sea en nuestra imaginación, en nuestro corazón. Si piensas, si sueñas a la persona, sin duda alguna, le amas, sin duda alguna el querer egoísta de un inicio tuvo una razón de ser, que encontraras el amor.