HOTEL NACIONAL – EL RINCÓN DEL CINE-
Extracto: De amor y de letras
Autor: Iván Eduardo Lópezcampos
En último momento cambié de opinión, dejé la playa para otro día y me dirigí a la cafetería del hotel, la bien llamada, El rincón del cine. Me senté acompañado de mi soledad, hasta el final del lugar. Cerré mis ojos y deslicé mis manos sobre la tapa de la mesa, ese movimiento me permitió descubrir, algo que me parecía fascinante, las vetas de la madera. Ellas guiaron mi recorrido de forma caprichosa, al terminar integré a mi experiencia otro sentido, el del olfato; aspiré con fuerza para llenarme con ello del exquisito aroma a café, a café y pan recién horneado, pero la delicia no terminaba ahí, una segunda aspiración confirmó mis sospechas, un apenas perceptible aroma a libros viejos nos acompañaba, con seguridad debería de provenir de los carteles de cine que estaban en el lugar. Apreté mis ojos con todas las fuerzas, los abrí con la misma intensidad, ya mi soledad se había ido, en su lugar había dejado frente a mí a Jean Paul Sartre quien, cruzado de piernas, conversaba con Simón de Beauvoir, ambos se observaban fascinados, hice mi cuerpo hacia atrás como para despertar del sueño, pero lejos de eso, apareció sentada, a un par de mesas, la misma Ava Gardner. Estaba al centro de todo, con su esplendor al máximo, emitía un brillo a su alrededor, cuando nuestras miradas cruzaron, inclinó levemente su rostro, en forma de saludo, lo hizo a la vez que golpeteaba su cigarro, uno delgado y largo con boquilla negra. Marlon Brandon y Rita Hayworth conversaban con elegancia y sin prisa, al otro extremo del acogedor lugar, era Porfirio Rubirosa quien robó mi atención. Comprendí la razón de todas las leyendas que se tejieron alrededor de él, era un imán. Su personalidad era arrolladora.
Se dice que inspiró a Ian Flemming para la creación del mítico James Bond. Si lo vieras no pondrías en tela de duda esa afirmación.
─ ¿Qué le sirvo, señor? ─ preguntó un mesero. Sacudí mi cabeza para con ello regresar a la realidad. Su acercamiento desvaneció de golpe mi sueño. Y es que eso es estar en el Hotel Nacional, un sueño. Ahí se difumina la delgada línea que divide la imaginación de la realidad. Es un sitio donde los límites se transgreden y conviven el pasado y el presente en plena armonía. Las fotografías de los cientos de visitantes del hotel, que rodean el lugar, pareciera que tomaran vida para salir de sus marcos y andar una vez más los pasillos del lujoso hotel. He perdido la cuenta de las veces que he venido aquí, pero nunca dejo de sentir lo mismo, que atravieso un portal al glamuroso y fascinante pasado.
Iván Eduardo Lópezcampos
La Habana. Cuba