Carta 127 Migajas de la memoria
No sé qué decirte de las cartas anteriores en las que me has reclamado. En verdad me entristece que pienses que estoy del lado de Mónica. No es así, solo te cuento la verdad, ni modo que vaya a odiarla gratuitamente, sería muy injusto. Claro que te aprecio y por esa razón quiero ayudarte, es más, todos queremos ayudarte. La instigadora principal, tienes que saberlo, es Celestina, secundada por Velya y Abel es solamente un participante activo, como Jerome, como Isabel y como yo. Nada más lejos de la traición, ¡somos nosotros, tus amigos de Agua Viva!, ¿recuerdas?
Si algún día quieres que alguien te diga la verdad, yo te la diré y, aunque sea incómoda, triste o amarga, tendré que decírtela precisamente porque somos amigos. El hecho de que Monumento sea agradable además de bonita no tiene nada que ver con nuestra amistad, no te equivoques y lo cierto es que cuanto más la conozco, más me parece que es una gran mujer, eso sí, ególatra un montón, por supuesto, pero ¿quién no lo sería con esa planta?
No culpes al pintor, esta vez no ha tenido nada que ver, más bien tendrías que estar agradecido con él y con todos los que aquí se afanan para que seas feliz. Sea verdad o no que alguna vez estuviste con Mónica, debes agradecer el esfuerzo de tu pueblo, que te quiere.
Cuando llega Mónica de trabajar, se le nota que está contenta. Está siempre vigilando su celular, canturrea mientras hace cosas; se ve en el espejo, se revisa el lápiz labial y taconea con fuerza por donde va, moviendo las caderas tum-tum-tum-tum y, ya sabrás, los trabajadores encantados. A ella le gusta, de modo que exagera cada que puede, como si estuviera siempre frente a una cámara.
Un día me abordó en la cocina, mientras Abel y yo preparábamos la comida de ese día.
Oye Renée, ¿así que Eduardo y tú son muy amigos? –
Muy amigos -respondió Abel, probando mi salsa -¿qué más quieres saber?
Es que como casi no se ven -adujo ella.
Pero se escriben casi a diario -respondió Abel. Yo estaba cruzada de brazos escuchando a Abel, que anulaba mis respuestas -¿por qué me miras así? -me preguntó -¿no es verdad? –
¿Y qué tanto se escriben?, ¿no viven los dos en el mismo lugar?, ¿por qué mejor no se hablan por teléfono o se reúnen como todo el mundo? –
Apenas iba a contestar, cuando Abel irrumpió nuevamente.
Eso decimos todos, Mónica, es muy extraño que se escriban en pleno siglo XXI y viviendo aquí los dos. Ahora, el contenido de las cartas lo sabemos todos, ellos ya saben que sus mensajes son interceptados e interpretados a discreción –
¿Podría responder yo misma a las preguntas que me hacen? -dije, mirándolo fijamente.
Yo soy tu representante, escritora, no te enojes -fue su respuesta y sonrió de oreja a oreja dándome a probar la salsa con un cucharón inmenso. Yo me negué y volví a Mónica.
Así es, Mónica, nos escribimos, es nuestra forma de comunicarnos, así es nuestra amistad –dije.
Pues qué amistad tan rara. Por internet, vale, pero cartas desde Agua Viva, me parece muy, digamos que exótico –
Abel soltó una risotada.
No encontraba la palabra para describirlo, Mónica, así es, es exótico, ¿ves, Renée? Son exóticos, ni hablar, por fin dimos con la descripción –
No le veo lo exótico, pero, en fin, así es -respondí.
Podría escribirme a mí también -dijo ella -sería muy lindo, aunque con ese genio no sé si es una buena idea. ¿Qué tal si escribe algo desagradable? Últimamente ha estado un poco más amable, pero no me confío, hay algo de rechazo todavía y por mi parte, la verdad, no estoy segura de lo que siento –
Pero sientes algo, ¿verdad? -preguntó Abel, señalándola con el cucharón.
Sí, pero no sé qué es –Abel me miró como un cómplice y luego, a ella -eso es porque empiezas a recordar –
Ella se molestó de nuevo.
Ya van a empezar con eso, estoy hasta aquí de ese cuento. A veces creo que en este pueblo todos están locos, incluido él y me veo envuelta en todos estos preparativos y me pregunto si tiene sentido y si no debería regresar a Italia, a mi vida confiable, la que sí puedo recordar –
No regreses. Te conviene, ¿verdad, poeta? -me codeó Abel.
No regreses, espera un poco más -le dije, palmeando su espalda. Ella sonrió.
Prueba la salsa de la escritora, Mónica, a ver si te recuerda a tu tierra -dijo Abel, y le dio una cuchara sopera del contenido de la olla. Ella lo probó y cerró los ojos. Nosotros la observamos, pendientes de su reacción.
El caso es que me recuerda a algo con Eduardo -dijo, después de un largo silencio.
Abel se frotó las manos y en silencio dijo:
¡Yes! –
Renée