Ayer, que vi lo que te había mandado, me di cuenta de que borré sin querer la primera parte de la carta en la que relataba un encuentro que tuvimos Velya y yo con Mónica en la panadería de doña Refugio. Discutió con nosotras y luego se fue a buscarte, fue cuando tropezó con Jerome (según su versión) y la carta que te mandé empieza donde cayó al suelo, pero no supiste cómo llegó hasta ahí. Iba a buscarte; bueno, ni hablar.
Has de saber que las chicas leyeron tu carta esta mañana. Ya estaban aquí, incluida Mónica, pues cuando se les pone algo, no descansan hasta que lo llevan a cabo. Tocaron la puerta a las 8 de la mañana. Velya trajo frutas de todo tipo, Martha se apuntó con una mermelada casera de higo, Celestina trajo chilaquiles verdes y Mónica, no lo vas a creer, ¿qué crees?, así es: trajo panettone, aunque no es la época. Para variar, dispusieron de mi cocina, me relegaron a la isla y hasta me sirvieron café mientras esperaba. Me sentí un poco extraña en mi propia cocina; no sé por qué, la gente que conoce mi casa llega directamente a la cocina. En fin, que hacían y hablaban, a veces todas al mismo tiempo. Me sorprendió lo rápido que se adaptó Mónica a la situación, si hasta fue ella la que me preparó el café.
Siéntate ahí, como te llames -me dijo y Velya la pellizcó discretamente.
Ya te dije, señora, que se llama Renée -Mónica sonrió y me palmeó la espalda.
Sí, sí, Renée –
He pensado que podríamos organizar el concierto que habíamos planeado con ese amigo del escritor, que canta tan bonito -dijo Celestina, poniendo los platos y los cubiertos.
¿Y ése quién es? -preguntó Mónica.
Enseguida, Martha se paró frente a ella con los brazos en jarras y le dijo:
Oye, doña Monumento, ya van dos o tres veces que te escucho decir: “¿y éste quién es? y no me gusta. ¿No te das cuenta de que suena fatal? Tú como que sobrevuelas el mundo y los demás andamos por debajo de ti, mana –
Figuraciones tuyas, ¿Martha o Martho? Quien quiera que seas -respondió Mónica.
Mírala, lista para descalificar a la gente. Soy lo que quiera ser, igual que tú eres alguien insoportable -dijo Martha, echándose el pelo hacia atrás.
No estamos aquí para pelear entre nosotras -intervino Celeste -ya sabemos que doña señora es una malcriada, pero hemos decidido ayudarla, haya paz –
Martha volvió a la estufa con los chilaquiles y Mónica abrió el panettone y lo puso al centro de la mesa. No tengo qué decirte que desprendía un aroma a dulce levadura. A veces, ciertos aromas quedan en la memoria como algo hermoso que nunca sucedió. El panettone significa eso para mí.
Me parece bien lo del amigo del escritor -dijo Velya -recaudamos fondos para nuestro patronato y vemos la manera de acercar a los tortolitos –
No sé si me parece buena la idea, ese productor no está por la labor y yo, la verdad, no sé si tampoco -expresó Mónica.
No, pues qué bonito, nosotras planeando el acercamiento y ustedes de rejegos -gruñó Martha.
Todavía tengo dolor de cabeza por lo del otro día -volvió a decir Mónica.
Tremendo banquetazo que te diste, señora -dijo Velya, no sé cómo saliste ilesa de ahí –
No fue lo que más me dolió -declaró Mónica.
El orgullo siempre duele más -observó Celestina.
Ustedes no tienen perdón de Dios, mana -dejó caer Martha -y es orgullo nada más. Qué tontos, en vez de sentarse y hablar –
No sé, es tan descabellado todo -suspiró Mónica -a veces creo que lo mejor sería regresar a Italia y dejar al escritor, sea o no sea verdad lo que dicen de nosotros. Me odia, eso es todo lo que sé –
Tú elijes -la retó Celestina, mirándola inquisitivamente.
Lo mejor sería hablar con el amigo del escritor, a ver cuánto nos cobra, a ver cuándo puede y todas esas cosas. Daremos una cena de gala con baile al final y ahí los juntamos como que no quiere la cosa, ¿qué tal? –expresó Velya.
Y ahí tú, mija, harás lo que mejor sabes: ser guapetona y matarlo de un infarto con tremendo vestido escotado hasta el ombligo -dijo Martha y soltó una risita.
Eso está hecho -respondió Mónica, secundando la sonrisa.
Pues no se hable más, entonces, manos a la obra -concluyó Velya. Más tarde me vi en la tropelosa comitiva rumbo al “Paloma querida” en busca de José Luis Ordóñez. Preguntamos por él en recepción y nos enviaron al comedor. Ahí estaba, sentado junto al piano, tecleando algunas notas al mismo tiempo que tarareaba. Hasta eso se escuchaba bien. Al vernos, se paró a saludar amablemente.
Aquí está el ruiseñor de Agua Viva -dijo Celestina, palmeando la espalda del tenor.
¿Cómo cree, señora? Es demasiado el honor -respondió él con una gran sonrisa.
Pues verás, Pepe -se apresuró Celestina -venimos a contratarte para un concierto-baile de gala, ¿estás disponible? –
Pero cómo no, señoras, con mucho gusto, ¿cuándo lo tienen pensado? –
Para la semana que viene. Ya tenemos al guitarrista, no te creas que es cualquier cosa, es un guitarrista clásico que toca endemoniadamente bien, se llama Angelito -explicó Celestina.
Qué bien, entonces todo es cuestión de ponerme de acuerdo con Angelito -respondió José Luis y se percató enseguida de la belleza de Velya y de Mónica, a cual más hermosa.
Seguramente ustedes dos son estrellas de cine -dejó caer en broma y, por supuesto, Mónica se apresuró a contestar:
No sé esta señora, pero yo soy un ícono del cine italiano -irguiéndose todo lo que podía.
Las dos son muy bellas -expresó José Luis, carraspeando un poco al notar la egolatría de la actriz. Velya soltó una carcajada.
Yo no soy más que una aguavivense que viene a contratarlo –declaró ella.
Estuvimos ahí gran parte de la tarde, ultimando los detalles. Una hora más tarde llegó Angelito, al que Celestina llamaba siempre que había alguna ocasión para contratarlo. Angelito venía con su cara de siempre, la cara de alguien que piensa “ni modo: trabajo es trabajo”, porque era impepinable que lo llamaran para las locas bohemias y serenatas despechadas de las chicas a pesar de que era un guitarrista excelso.
Velya lo presentó y le explicó que José Luis no era cualquier cosa, sino un verdadero tenor. Angelito, incrédulo, le dijo:
¿Te sabes “La negra noche”? La tengo para tenor -dirigiéndose a José Luis.
Por supuesto, maestro -respondió José Luis con gran respeto. Eso le gustó a Angelito, que normalmente era tratado como un musiquete por la gente del pueblo.
Comenzaron a sonar las primeras notas y Angelito abrió tremendos ojos cuando escuchó la voz del tenor y viceversa: José Luis quedó encantado con él. Disfrutamos de la canción, cerrando los ojos para sentirla mejor y cuando los abrimos, todo el restaurante estaba alrededor de los artistas, aplaudiendo con entusiasmo. Les pidieron otra y otra y estuvimos así cerca de una hora.
Ni siquiera necesitan ensayar -dijo Mónica, aplaudiendo, emocionada.
Claro que sí, señorita, siempre hay que ensayar, ¿verdad, maestro? –
Mis respetos, José Luis -dijo Angelito, estrechando la mano del tenor -estoy a sus órdenes –
En un momento, Mónica desapareció, rumbo a la terracita del hotel. La vi un poco extraña y temí que fuera a presentarse alguna crisis, como nos lo dijo su amiga Carlota, de modo que la seguí.
¿Estás bien? -le pregunté. Estaba mirando caer la llovizna sobre el enorme jardín que rodeaba el hotel.
Sigo con un fuerte dolor de cabeza, pero lo que pasó allá, adentro, de verdad me conmovió. ¿Quién pudo componer esa canción tan hermosa (“La negra noche”) para que fuera cantada de esa manera? -respondió y no lloró, pero se le nublaron los ojos.
Renée