Carta 125 Secreto a voces
Mi querido escritor:
Esta carta es la que le sigue a la 123, después de “La negra noche”. Yo habría escrito dos seguidas, pero acabo de ver que me respondiste. No importa, será la 125, entonces.
Quiero comentarte las cosas que están ocurriendo en Agua Viva, una de la más importante se trata de ti y, por supuesto, de Mónica. Ella ha estado participando activamente en los preparativos del concierto, junto con las organizadoras (Velya y Celestina); deberías verla hablando con los chicos que están montando el escenario, escuchando los ensayos de José Luis, ordenando las sillas, eligiendo las flores, opinando sobre las luces y el sonido e interviniendo con los vendedores de los puestos para que luzcan más bonitos. Ahora todo es “señorita Mónica para allá, señorita Mónica para acá” y ella tan feliz de ser el centro de atención por uno o por otro motivo. No le conocía ese lado suyo tan solidario, aunque más bien creo que es su gran sentido del arte y el espectáculo el que se ha puesto en marcha, pero muy convenientemente para que las cosas salgan bien.
Yo fui comisionada para el menú y la preparación de la cena de gala junto con Dominga, Isabel, Ofelia y doña Refugio. Es mucho trabajo, claro que sí, pero la causa vale la pena: volver a unirlos a ti y a la italiana. En la cena de gala estarán solamente las autoridades de Agua Viva, las organizadoras, nosotros, tus amigos escritores y ustedes dos y se servirá durante el concierto. Después de la cena, todo el mundo podrá bailar en el centro del parque. Ahí es donde están cifradas nuestras esperanzas de que ustedes resuelvan sus problemas.
Mónica sigue con ese dolor de cabeza que no la ha abandonado desde el primer día y su amiga Carlota, otra italiana de armas tomar, la sigue a todas partes, temiendo una crisis de salud de la actriz; sin embargo, Mónica hace caso omiso de los consejos de su amiga, lo que más de una vez ha suscitado discusiones entre ellas; pero todo acaba, después de los gritos, en un abrazo, son como hermanas.
Y entre la organización del evento, en el tiempo del descanso, el café o las comidas (de las que también estoy a cargo), ella habla con tus amigos escritores y con todo aquel que te haya tratado, recopilando información. Excuso decirte la sarta de tonterías que ha escuchado por parte de Hemingway, Cortázar y Bukowski, las alabanzas sin fin de Jerome, los cuentos de Lupita y Aurorita y los comentarios irreverentes de Celestina. De todo nos hemos reído y ella no sabe cuáles relatos son verdaderos y cuáles falsos, pero también se ha divertido mucho escuchándolos. La hemos visto sin maquillaje, con una colita de caballo, con jeans y camiseta y sigue viéndose espectacular, a la par que la viuda, que parece haber cobrado vida nueva con todo lo que está ocurriendo. Los trabajadores hacen bizcos cada vez que alguna pasa frente a ellos; diríase que trabajan con gusto cuando ellas están presentes.
Por su parte, Abel ha estado muy concentrado con nosotras en la cocina y en el escenario y todos se lo hemos agradecido porque tiene para ambas cosas un toque especial. Para él ha sido también una especie de terapia y lo hemos visto reír con las ocurrencias de los escritores y discutir con Jerome acerca de tus innumerables virtudes. Todo termina cuando Jerome dice “no se esponje don pintor, a usted también lo quiero” y hace por besarlo. Abel se aleja, manoteando y pelillos a la mar. Tengo que decirte, sin embargo, que un día se fueron ellos dos con los escritores y se llevaron a Angelito y a José Luis. Hemingway quiso darle serenata a Velya y allá que lo secunda la tropa loca. Velya, cautivada por la voz de José Luis, salió a agradecer, pero Celestina, que ese día se quedaba con ella, tiró sendos baldes de agua sobre la comitiva, resultando el cantante el más perjudicado. El pobre no dijo nada, solo se limpiaba el traje y repetía “Qué genio de señora”. Todos muy apenados con él, se fueron, lamentando el asunto, pero José Luis, al cabo de una hora dijo: “No pasa nada, se cumplió el cometido de llevar la serenata a la diosa del señor Hemigway”. Abel, muy molestó con Celestina, la amenazó con no volver a dirigirle la palabra y ella lo llamaba desde el balcón, arrepentida, mientras el pintor se alejaba, airado.
Mientras tanto, tú, encerrado en tu oficina con la gente de la película, no te enteras de nada. Tal vez piensas que el evento no tiene nada que ver contigo, pues tu amigo José Luis ha sido muy discreto, de modo que actuamos con la mayor discreción -dentro de lo que cabe- y esperamos que el día del concierto todo salga como lo hemos planeado.
Ahora ya lo sabes y solo espero que hagas como si no supieras nada ese día. Lo hago para que te prepares y no vayas a hacer algo de lo que te arrepientas después, cuando recuperes la memoria. Es una lástima que no recuerdes nada porque tu tiempo con ella fue muy feliz, todos fuimos testigos. Mi consejo es que, por las dudas, no te sigas portando mal con ella.
Nos vemos el día del concierto.
Renée