ESPEJO Y VELA 5
—¿Se te perdió la llave amor? —me dice Bruno desde el interior de la habitación, doy un par de pasos atrás, trastabillo de la impresión —¿estás bien? —volteo a los lados, no hay nadie.
—¿Dónde estamos? —estoy asustada, desconcertada.
—Pues… en el hotel, amor.
—¿Qué haces aquí?
—¿Estás preguntando en serio?
—¡¿Qué haces aquí?! —me desespero y alzo la voz, él voltea a los lados del pasillo. Ve que no hay nadie.
—¿Ya estás lista? —desestima mi pregunta y mi exabrupto. Algo tan característico de él, no engancharse con mis arranques. Su tono es muy contrario al mío, es suave, reconfortante.
—Disculpa por haber alzado la voz —me sorprendo ofreciendo una disculpa. Salió de lo más hondo de mi corazón. Era como si no quisiera dañar a Bruno, como si… como si me importara no ofenderlo. Me sentí bien con ello. Sentí bien en cuidar sus sentimientos.
—Venimos a la presentación —acaricia mi rostro. Es el mismo de siempre, amoroso, detallista. Tenía meses, quizás años, siendo distante. Las pocas ocasiones en que había hablado o mensajeado con él era frío, cortante. Hoy no, era Bruno el de La Habana —da un paso para abrazarme, pero yo me alejo. Es mi instinto lo que me hace reaccionar así, recuerda que siempre desconfío de todo y de todos.
—¿Qué presentación?, ¿qué hotel? —se desconcierta. Conozco su rostro, pocas veces sale de su concentración. En nuestro distanciamiento hice muchas cosas, de las cuales no estoy orgullosa, para hacerlo sentir mal, para alejarlo y cuando por fin lo logré esas eran sus reacciones. Congelaba su rostro, se tornaba inexpresivo. Su mirada la enfocaba, no hablaba, solo asentía levemente y se retiraba. Si era por teléfono, se escuchaba un silencio profundo, eterno, luego se despedía y colgaba.
—¿Qué pasa Valentina?, ¿te sientes bien?
—Dame un momento —caminé con prisa, lo hice como si conociera el lugar. Llegué al elevador, su elegancia era deslumbrante, todo en el lugar lo era. Al abrirse la puerta veo una recepción aún más lujosa. No sé dónde estoy. Camino como lo hace un turista, volteando a todos lados asombrada.
—¿Lista cariño?, allá es el salón —es Tere quien me habla, solo asiento torpemente. Mis ojos se fijan en un espejo gigante, estoy vestida increíble. Me veo espectacular. La ropa es de diseñador, es un vestido corto, ¡hermoso!
—¿Te gustas? —es Tere quien pasa detrás de mí nuevamente —es un Cartier, ¡cómo no habría de gustarte!
¡Claro que es un Cartier!, viene a mi mente el recuerdo cuando paseábamos Bruno y yo, lo vi en el aparador y me enamoré de él. Al día siguiente llegó con un regalo, era el vestido.
—Quiero que estés conmigo en el arranque de las presentaciones —en mi cabeza todo es confusión, ese recuerdo era de hacía una semana. Salgo del hotel, camino dando pasos hacia atrás y es entonces que me doy cuenta de que estoy en el Ritz, me giro y veo la… Columna Vendôme, estoy en… ¡Place Vendôme!, estoy en París.
—¿Qué hago aquí?, ¿cómo llegué? —me pregunto en voz alta. A la entrada del hotel están unos carteles enormes con la imagen de Bruno, su nuevo libro y… yo. Es el material que grabamos en Cuba. Tere se asoma desde el balcón y me grita:
—¡Ya vamos a empezar! —es hasta ese momento que me percato de que es un desfiladero de gente que está entrando al lugar. Siento como si todo se fuera reconstruyendo, como si se fuera montando piezas de una realidad sobre una ya existente. En un principio experimento desconcierto, pero después, al paso de los minutos, me es familiar, normal. El vestido, la gente, el hotel y Bruno son mi realidad. No son ya más desconcierto. Se acercan los medios de comunicación.
—¿Cómo le haces para ser exitosa en las canchas y en el modelaje?
—¿Cómo llevas dos vidas a tope?
—¿Es cierto que pronto habrá boda?
Son decenas de reporteros, cámaras, luces. Me agobian con preguntas. El ocaso, el atardecer que tanto me gusta, me acompaña en París. Me siento feliz. Son tantas las preguntas que dejo de escucharlas, solo sonrío. Me siento hermosa, plena, llena, feliz.
—Agradezco su interés —me escucho y hablo como… ¡Bruno!, con calma, con parsimonia, hablo desde el corazón, con la verdad y desde la sencillez. Tengo una seguridad que hacía mucho no experimentaba, pero que a la vez la siento tan natural, tan mía —pero, creo que el momento no es el mío, sino el del maestro Descartes. Les invito a que lo acompañemos, terminando la presentación, con gusto podemos hablar.
Me dirigí hacia el salón, eché la vista a mis piernas, se veían espectaculares. Tere se acercó y me acomodó en mi lugar. Lo ví como el primer día en el bar de La Habana, tan él, es decir, tan callado, sobrio, pensativo, en su mundo alejado de todos. Podría estar en medio de una multitud y él estaba aún así en su mundo. No podía dejar de lado el dejo de misterio que invita a descubrirlo. Sonreí porque… porque lo vi sonreír. Su gesto de seriedad es quizá su acompañante más fiel, pero cuando lo deja atrás y sonríe, uf… ilumina todo. Sonríe de una manera especial, ¿lo hace a plenitud?, ¡no sé cómo lo hace, pero me envuelve!
Mi corazón latía con más fuerza de lo normal. Quería que todo terminara. Ya quería abrazarle, besarle. Tenía la sensación de que hacía años que no lo hacía. Era una sed insaciable de él, la que experimentaba.
—Si no acaba pronto, subiré por él —le dije a Tere que estaba a mi lado, abrió los ojos fingiendo asombro, luego, luego sonrió en complicidad. Por fin acabó la presentación. Los periodistas se repartieron entre él y yo. Se hizo un muro infranqueable entre ambos. Después de una eternidad me rescata uno de los organizadores del evento, me cubre con su cuerpo ayudado de otra persona, me lleva a un pasillo y me deja frente al elevador.
Me da un papel. Lo abro, al leer el mensaje, dibujo una sonrisa:
—Debemos irnos, te espero en la habitación. El tiempo nos comerá. Te quiero. Bruno.
Mi corazón se acelera, cruzan por mi mente residuos de otra vida. Es algo extraño, pienso en un mundo alterno, en uno donde vivía alejada de Bruno, donde estábamos distantes y mi vida estaba a la deriva. No puedo reconstruir con claridad el extraño sueño. Por mi cabeza pasan imágenes inconexas, juntas, reuniones, noches llorando sola en mi habitación; reducida con miedo, con coraje y desesperación. Me veo cazando un atardecer. Pido un deseo al caer el sol, esa imagen, contrario a todo lo demás, se vuelve en una especie de recuerdo.
Llego al pasillo. Lo veo inmenso. La habitación 11 está casi hasta al final. Corro con ansiedad. No puedo avanzar tan rápido como quisiera, los tacones me lo impiden. Me detengo, me descalzo y corro con ellos en la mano. Por fin estoy frente a la habitación, ahí, después de unos segundos retomo la respiración, agarro valor y me planto frente a la puerta. Me calzo las zapatillas, paso las manos sobre mi cabello para alisarlo, saco el móvil y pongo el modo espejo, me veo. Estoy hermosa, lo estoy porque estoy feliz y eso se refleja en mi estado físico.
Abro la puerta y está ahí, frente al espejo aprieta el nudo de la corbata. Con una tranquilidad asombrosa, es el hombre de la noche, en París, en la ciudad luz, en la ciudad del amor y actúa como si nada pasara. Eso me encanta de él.
—¿Lista amor?, ¿cómo se te hizo?
—¡Genial! La noche fue estupenda. Todos te adoran y eso me hace feliz —volteo para verme al espejo, la vanidad es quien me lo ordena, pero me sorprendo, en él no estoy yo. Está una anciana con todos los años encima. Veo a Bruno, quien sale al balcón a tomar una llamada. Me indica con un gesto que la espere.
Me acerco al espejo, asustada, ella me observa, sonríe, sus ojos son los míos. En su sonrisa, aun en su rostro marcado por los años, puedo descubrir la mía.
—Valentina, un amor se cuida, es un trabajo de a diario, se hace con atenciones. El amar es un acto que tiene como principio el despojarse del egoísmo, se ama sin esperar nada a cambio, es un salto al vacío, pero cuando se ama a la persona indicada, él hace lo mismo. No tengas miedo. Hiciste bien al saltar al vacío, Bruno te espera ahí.
—¿Quién eres tú?
—Soy yo, y yo eres tú —sonrió y al hacerlo rejuveneció —¿eres feliz?
—Como nunca lo había sido —volvió a sonreír y con ello rejuveneció un poco más.
—¿Por qué lloras?
—Porque… porque soy feliz.
—A mí no me puedes engañar. Dime porque lloras.
—Porque soñé que mi vida había sido otra…
—¿Egoísta?, ¿qué Bruno se había ido de tu vida? ¿Soñaste que la vida la habías vivido sobre terrenos peligrosos?, ¿qué repentinamente necesitabas una dosis de Bruno e ibas con él, lo usabas y te ibas?
—Sí. Mi vida no tenía rumbo.
—Fue solo un sueño, una pesadilla. Eres feliz, eres Valentina Rossi, la mejor jugadora de tenis del mundo —sonrió —has vivido desde La Habana hasta hoy un sueño con tu escritor. Eres plena —conforme hablaba se rejuvenecía, lo hizo así hasta tomar mi edad —eres plena. Nunca olvides que uno tiene el amor por el que trabaja. —sonrió.
—¿Nos vamos?, disculpa. Era Tere que le urgía hablar conmigo.
Caminé hasta la puerta, eché el cerrojo. Regresé a donde estaba, deshice el nudo de su corbata, le quite el saco, él desconcertado me observaba.
—Amor… perderemos el avión —dicho eso bajó sus brazos.
—Tenemos toda una vida para tomarlo, ¿no crees?
Me volteó, bajó el cierre, lo hizo con delicadeza, como se trata a una muñeca de porcelana. Deslizó el vestido hasta que quedó en la alfombra. Me volteó nuevamente, dio un par de pasos hacia atrás, se recargó en el tocador, descansó sus brazos en este. Me observaba, podía ver el deseo en sus ojos. Mi ropa interior en negro, una diminuta, le hicieron dibujar una sonrisa involuntaria. Intentaba mantener su serenidad ante mis encantos, pero eso le resultó imposible. Debo de confesar que ello fue en mi beneficio. Su forma de sonreír, simplemente me derrite. No me gusta el plano de desigualdad, así que le desabotoné la camisa, luego con asombrosa agilidad le despojé del pantalón.
Mis manos fueron a su vientre, las de él a mi espalda, cuando me tuvo, me jaló hacia él. Sus labios pasaron por mis mejillas, solo pasearon por ellas, no las rozaban. Eso encendía mi deseo, copió mi silueta con el dorso de su mano. Erizó mi piel, me recostó en la cama, besó de a poco cada parte de mi cuerpo. Lo recorrió todo a besos pequeños y húmedos, apenas perceptibles. Cada uno de ellos era descarga que electrificaba todo mi ser.
Llegó el momento en que mi Valentina racional se desconectó. Ahí perdí contacto con la realidad. Me entregué al sentir, solo a eso. Mi cuerpo reaccionaba a sus caricias, a cada beso, a cada roce de su piel se estremecía. Mis muslos fueron su estación preferida, los recorrió de todas las formas posibles. Yo… yo solo podía hacer una cosa, contorsionar mi cuerpo. Es imposible describir el sentimiento a exactitud, difícil acercarse a lo que realmente es. Solo puedo decir que, al apenas sentir un roce de él sobre mi piel, por más mínimo que este fuera, el deseo quería explotar, salir del cuerpo. Empujaba con fuerza inusual cada centímetro de mi piel. El deseo se transformaba en un sentimiento que recorría frenéticamente todo mi ser, quería, ¡necesitaba imperiosamente desfogue! Si no lo hacía mi cuerpo ardería.
Por fin, sus labios humedecieron los míos, primero lentamente, con ello aprisionó mi deseo. Yo lo quería todo y de una vez. No podía esperar más el momento.
—No hay mejor placer que aplazar el placer… —me lee la mente y responde a mi deseo no externado.
Va a mi vientre, mi espalda instintivamente va hacia atrás. Se repliega a las finas sábanas blancas del Ritz que hacen contraste seductor con mi ropa interior. El fondo blanco puro es propicio para que mi estilizado cuerpo sea el centro de todo. Elevo mi parte media, mis caderas, cubiertas con unas diminutas bragas, son el siguiente punto de apoyo. Bruno ha perdido el control, me besa con desesperación, la suya y la mía escalan. Se enfrentan por ver quien es la que llega primero a la cima.
Está perdido en mí, yo estoy perdido en él. Tengo una extraña sensación, es la de una necesidad imperiosa de él, como si hicieran meses, años, de que no hubiéramos hecho el amor, quiero tener todo de él. Mi mente es un caos, está desconectada de la realidad, pero aun así intenta buscar la razón del porqué de la sensación.
—Te amo —escucho su voz susurrar a mi oído. Lo hace con su voz atractiva, una cavernosa. Su confesión de amor entra y recorre todo mi cuerpo, viaja como una espiral que conforme avanza genera una descarga eléctrica.
Sus besos conquistan mis labios. Los jala hacia él. Lo hace en la forma e intensidad que solo él lo sabe hacer. Tengo de nuevo una confusión. Experimento la certeza de que he besado otros labios, que hemos estado separados y he besado muchos otros labios, lo hice buscando al amor verdadero, lo hice buscando al placer pasajero, pero en ningún lado encontré quien lo hiciera como él.
Las sábanas son los únicos testigos de nuestra fusión, porque eso fue lo que pasó, la pasión acumulada hizo que por un momento dos cuerpos se convirtieran en uno solo. Hizo que al llegar al clímax la vida se suspendiera, por una milésima de segundo, pero así fue. Puedo asegurarlo, no es una sensación sino una realidad.
La noche guardó silencio, la flama de la vela que aromatizaba la habitación danzaba al ritmo de nuestro respirar. Bruno fue por ella, estaba en una mesa al entrar. Me enredé en la sábana, él regresó con la vela. Me dio la mano y fuimos al balcón, ahí la puso a la mitad de ambos, sacó una hoja, una pluma y me dijo.
—¿Te acuerdas de la leyenda del hilo rojo?
—Sí —dije emocionada —con esa leyenda empezó nuestra historia.
—Me preguntaste que tan delgado era el hilo que nos unía.
—Sí lo recuerdo, también me acuerdo de tu respuesta, dijiste que solo el tiempo lo podría decir.
—Pues ahora, que ya ha pasado el tiempo, te digo que no es un hilo cualquiera el que me une a ti, es uno grueso e indivisible. Tengo la certeza de que así es —su seguridad me llenó de sentimiento, me dio la confianza para hablarle con la verdad.
—Tuve una pesadilla, amor. Soñé que se había roto —limpió una lágrima que corrió por mi mejilla, lo hizo con delicadeza. La luna nos observaba con suma atención.
—No llores amor, ya estoy aquí. Y vamos a hacer lo necesario para que siempre estemos unidos.
Sonreí. Me llené de paz y tranquilidad. Sentí algo que hacía mucho tiempo no experimentaba, la seguridad de que alguien me protegía.
—¿Oíste? —me dijo Bruno, se levantó con agilidad. Se había escuchado como si alguien hubiera entrado a la habitación. Fue hasta la puerta, mientras se aseguraba de que estuviera cerrada, pude ver con claridad como un viento ligero recorrió la habitación moviendo las sábanas, enseguida hizo lo mismo con mi vestido que estaba sobre el sillón. Avanzó hasta llegar frente a mí, ahí se detuvo. La llama comenzó a moverse de forma caprichosa, podría jurar que alguien estaba jugando con ella, luego, se apagó igual que cuando se hace con las yemas de los dedos, para convertirse en solo humo. No sentí miedo, solo paz, solo paz y tranquilidad, la ansiedad me había abandonado.
—¿Estás bien, amor? —me preguntó Bruno mientras se sentaba a mi lado.
—A tu lado siempre estoy bien —sin darnos cuenta el amanecer nos había alcanzado, comenzaba a salir el sol sobre París. Frotó sus brazos, abrí la sábana y lo abracé con ella, para darle calor, pero también para sentir su piel rozando la mía. Mi corazón se estremeció, con este movimiento involuntario, llegó a mí una certeza: ya no contemplaría sola más atardeceres por el resto de mi vida.
—Así será —escuché a mí voz interna responderme.
—¿Qué dijiste? —preguntó Bruno.
—No hablé —me agazapé en su regazo, él me abrazó, me protegió.
FIN