ESPEJO Y VELA 4
Llegué a la oficina, ¡como nunca lo había hecho! Puntual. Me levanté más temprano, me arreglé rápido y salí al trabajo con tiempo. Veía el reloj con desesperación, dieron las nueve y salí de la oficina. Estaba segura de que doña Inventario estaría ahí, ya esperándome.
—¿Y la señora? —le pregunto a mi asistente que contrario a mí, llega quince minutos antes. No sé porque lo hace así, ¿no tendrá nada qué hacer en casa?, ¿su marido estará tan feo que…? No sé, pero siempre he desconfiado de esas personas que llegan con anterioridad al trabajo o que se quedan después de la hora.
—¿Inventario?
—Sí.
—No ha llegado.
—Qué extraño —vi la hora en mi iPhone, marcaba ya las 9:01 y no estaba ahí —se le hizo tarde —mi asistente sonrió. Yo de pronto me sorprendí al igual que ella, ¡pidiendo puntualidad yo!
En la tarde fue lo mismo, no llegó. Pasó una semana y no volvió. En un principio su desaparición me haría sentir feliz, pero ahora era diferente, me traía inquietud. La ansiedad estaba hasta el tope, por lo que me sucedía en la vida ordinaria, pero aumentada ahora con la ausencia de la señora Inventario. Sentía que me faltaba algo, sería que con sus visitas ya se había vuelto parte de mi vida. Su ausencia me llevó a la pregunta obligada:
—¿Por qué no la había atendido en un mes?
Me costó aceptarlo, pero el tiempo y la distancia siempre tienen respuestas sabias. No había sido por cuestión de agenda, ¡claro que no! Esa era una historia que yo me había contado y comprado. Fue por desinterés, por apatía, por soberbia, por egoísmo. Las personas acabamos pensando que el mundo gira alrededor de uno. No hacemos por acercarnos a quienes nos necesitan, siempre hay un pretexto por no ayudar o hacerlo al mínimo indispensable. Eso era lo que yo había hecho, la había tratado sin respeto. Mi posición era una privilegiada, pero no para mí, sino para servir a los demás. Recordé un pensamiento de Bruno.
—El ayudar es una oportunidad que se te presenta a ti y no a quien ayudas. No la dejes pasar. Quien lo hace se beneficia más que quien lo recibe. Sé servicial, auxilia a las personas que cruzan en tu vida, a las conocidas, pero también a las desconocidas. Quizás un día estés del otro lado y desde ahí cruzarás con alguien servicial, alguien quien no quiera desaprovechar la oportunidad.
Era domingo, día de corrida. El hacerlo me regalaba libertad. Disfrutaba sentir el viento impactarse en mi rostro. Mi lugar preferido para hacerlo es un parque rodeado de árboles. Tiene algo especial, pero para mí mala fortuna, ese día había un evento y estaría lleno y lo que menos quería era ver gente, así que me fui a correr al borde del río. No podía postergar el ejercicio, necesitaba urgentemente sacar el estrés. La semana había sido tan terrible que solo quería dormir. Tenía la esperanza que con ello los problemas se irían, que al día siguiente se desvanecerían por obra divina o por lo menos que, mi vida avanzaría más rápido y con ello mi encomienda.
Terminado mi trayecto me senté en una arboleda. Me tomé fotos, porque todo podía perder, menos mi vanidad, la tenía incluso en medio de la ansiedad y de la depresión. Sonreí a la cámara, paré los labios, golpeé mis mejillas para que tomaran color, no lo hicieron del todo, entonces las pellizqué. Estaban ya al tono que quería. Me acomodé, busqué el ángulo de la cámara y las tomé. Fueron decenas de fotos y yo moviéndome de a poco. Seleccioné la correcta, una donde se me veían las piernas, ¡claro está! Estas y mi rostro siempre deben de salir. La subí al estado y comencé a ver quienes reaccionaban.
En un principio buscaba que las viera Bruno, después entendí que no lo haría. No sabía si solo era con las mías o no le gustaba ver estados. Ya no me importaba. Desde hacía mucho no me importaba lo que hiciera, lo que pensara. Lo había echado al olvido. Además, había cientos de hombres que lo hacían y reaccionaban a mis sugestivas fotos. ¡Imagínate perder mi tiempo por un tipo! ¡Jamás! El día que lo hiciera dejaría de ser Valentina Rossi.
—¿Y si le pregunto a él? —mi corazón se aceleró. Podría preguntarle sobre la señora, él sabía muchas cosas, era inteligente. Siempre tenía las respuestas, aunque a veces no me gustaban, siempre las tenía. Me metí y vi un estado:
— «Aquella persona que quiere estar hace lo necesario por estar y está. Justificar sus ausencias es engañarse uno mismo».
¡Me matan sus estados! ¡Siempre tan profundos!, ¿qué no sabe para qué son las redes? Avanzo en los estados, pero solo unos cuantos, ya que en mi cabeza se quedaron sus palabras, regreso a verlo, lo leo:
— «Aquella persona que quiere estar hace lo necesario por estar y está. Justificar sus ausencias es engañarse uno mismo».
Tiene razón. No entiendo del todo la segunda parte, esa de justificar, ¿se refiere a quién está o a la persona que le afecta la ausencia? Para el caso es lo mismo, aplica para ambos, está engañándose uno u otro. Me gusta. Mi dedo índice vacila sobre la reacción.
—¿Sí o no? —mi parte analítica, esa que me domina comienza a hacer un modelo matemático de que sucedería si reacciono y qué si no. El complejo sistema de mi mente se traba. La parte racional se desconecta y el estúpido corazón va de baboso, disculpa que lo diga así, pero así es… presiona. ¡Unos ojos de enamorada! El daño está hecho. Ya se fue.
—¡Estúpida!, ¿para qué mandas eso? —él ya tiene hecha su vida y yo la mía. Bueno, no sé si la tenga hecha, pero yo no estoy en sus planes. Me lo ha dejado más que claro y yo… ¡yo soy Valentina Rossi! Me sobran los hombres. Abro el WhatsApp y veo como están llegando corazones, ojos de enamorado, caras babeando, toros embravecidos, flores, chocolates, en fin… todo lo que los hombres piensan que me hará caer. Repaso las reacciones con soberbia, escojo de todas, dos o tres a cuales responderles con un corazón. Un corazón es suficiente, no quiero en este momento establecer conversación, solo quiero el tiempo para mí.
Me siento orgullosa, el ser admirada me hace sentir plena. Estoy en lo más alto de mi pedestal cuando me falla de nuevo el sistema y ¡zas!
—¡Hola!
Le he mandado un mensaje después de la reacción. Eso es una soberana estupidez. Significa que le mandé la reacción y como no hubo respuesta, le mando un texto. ¡Eso quiere decir que tengo ganas de hablar con él! ¡Eso no se puede demostrar!
—¡Aunque sea cierto no se puede demostrar! —digo en voz alta, como reprendiéndome —en mi caso no lo es, ya hasta se me olvidó el apellido de Bruno Descartes, es más, a veces no me acuerdo bien de su rostro. Tengo dificultades para recrearlo en mi cabeza.
No responde, pasan minutos y no responde. Antes lo hacía al instante. Parecía que esperaba mis mensajes, bueno, no parecía, los esperaba, él mismo me lo había dicho.
—¿Por qué ya no lo hace?
—Porque ese mensaje le mandaste. Que se alejara.
—¡Yo no hice eso!, él empezó a alejarse de mí.
—Cada uno cuenta la historia que más le conviene. Te recomiendo que te cuentes la real y no la que te disculpe.
Pensé que las respuestas obtenidas a mi diálogo eran de mi cabeza, pero en eso veo que se sienta a mi lado… ¡Inventario!
—¡Hola! —respondí con alegría genuina —¡que gusto verla!
—Vaya, por lo que veo sí funcionó —se aplana el pantalón, pareciera que lo estaba planchando con las manos, ¡esa era manía mía!
—¡Qué bien se ve!, cada vez luce más joven —realmente lucía como la hija de la señora que fue la primera vez.
—Gracias. Veo que funcionó.
—¿Qué?
—Mi ausencia, cuando se regala distancia se mejora la vista, se aprecia a exactitud lo que se ausenta. Me recibes con alegría, creo que has valorado mi presencia.
—Sí, así es. Discúlpeme por no atenderla —batallo en disculparme, pero con ella fue fácil hacerlo. Me sentí liberada —fui una tonta…
—Suficiente. Gracias por reconocer tu falta de servicio —planchó de nuevo su pantalón —¿aun tienes dudas de porqué Bruno no es cercano?
—Perdón, hablaba en voz alta y no estoy segura de querer hablar del tema —me doy cuenta de que no he abierto la boca. Sucedió algo extrañísimo, era como si mi pensamiento se hubiera exteriorizado.
—No hablaste en voz alta. Puedo leer tu pensamiento, tu pensamiento y tu corazón. Ahora mismo esperas respuesta de Bruno, quieres preguntarle quién podría ser yo, qué hacer conmigo. Otra pregunta, unos segundos atrás, habría sido cómo encontrarme —todo lo que dijo era correcto, absolutamente todo.
—¿Cómo puede hacer esto?
—No lo entenderías. Solo aprovecha el aquí y el ahora. Es como si fueras a que te operara el cardiólogo y quisieras entender todo el proceso, de aquí a que eso suceda seguro morirías. Hay eventos que no debemos de entenderlos, solo experimentarlos, vivirlos.
—Pero…
—Ahora mismo tienes una lucha interna, tu parte racional te dice que no hables conmigo, el corazón te alienta a seguir. No pienses más en eso. Solo vive y ya.
—¿Pero…?
—¡Ya! —levantó la voz —Por favor, no podemos perder tiempo. —me fulmina con la mirada, entiendo que no debo de preguntar más —¿Sabes qué tengo aquí? — me enseña la bolsa que carga con ella desde el primer día —solo necesitas responderme dos preguntas y no solo podrás saber qué es, sino que será tuya.
—Sí —no era yo. Estaba emocionada, estaba sintiendo, había dejado los miedos de lado.
—¿Por qué se fue Bruno?
—Porque yo le dije que se fuera con mis acciones, porque pensé que había terminado nuestro tiempo y no fui directa, pero no lo fui porque no quería perderlo. Se fue al ver mis formas, no me dijo nada solo se alejó.
—¿Te gustaba estar con él?
—Sí. Me regalaba paz y tranquilidad, me sentía protegida y cuidada.
—Me gusta escucharte honesta. Eso nos hace bien.
—¿Nos hace?
—¡Ábrelo! —me da una bolsa, dentro de ella están unas hojas, las veo y es… es una historia que Bruno había escrito para mí.
—¡Yo tengo esta historia!, ¡pensé que nada más había una! —dije decepcionada.
—Es tuya.
—No, la mía no está doblada, no está amarillenta.
—Tu corazón se aceleraba al sentarte en la alfombra de tu habitación en el Hotel Nacional —afirmé —tu corazón se desgarró al ver salir a la ex de Bruno de su habitación. Al hacerlo tomaste la decisión de irte de ahí —afirmé —luego, en París, llegabas a tu departamento de Place Vendôme, de un entrenamiento y viste en el Ritz que había una presentación de él, subiste a cambiarte para salirte del lugar. Tu departamento estaba frente al hotel, bajaste y te cruzaste con Guillaume, le dijiste que fueran a cenar, que eras materia dispuesta y él te dijo que sí, solo que fueran antes a la presentación de Bruno…
—¿Cómo sabes todo eso?
—¿Sí o no?
—Sí.
—El texto es el tuyo.
—¿Me lo robaste?
—¡No! —se carcajeó —uno no puede robar lo que es de uno.
—¿Qué?, ¡el libro es mío!
—No entiendes. No quieres ver más allá de tus ojos. Estoy aquí para que lo hagas, pero para que lo hagas ya y no demores más. No pierdas tu vida.
—No leíste el final.
—No.
—Piensa que es lo que quieres, qué quieres que sea diferente en tu vida, por favor pide un deseo, concéntrate y visualiza eso —cerré los ojos y fue fácil verme en ese escenario.
—¿Lo tienes?
—Sí.
—Imagínate un espejo grande, más grande que tú.
—¿Para qué?
—¡Por favor, Valentina!, ¡por primera vez en tu vida has caso sin cuestionar, solo hazlo!
Sentí sus manos sobre las mías. Me asusté. Eran las manos más tersas, parecían las de una joven.
—¿Ya tienes tu deseo?
—Sí.
—¿Estás frente al espejo?
—Sí.
—Comienza a leer la última página, lee el final.
—Pero es que nunca lo he querido leer…
—¿Qué te pedí? ¡Qué hicieras caso! —de nuevo estaba molesta.
Abro los ojos y no hay nadie. Estoy sola en el paraje. Pienso que Inventario está detrás de mí, pero no quiero voltear a comprobarlo. Tengo miedo a ser reprendida por tercera vez.
—Concéntrate, ve la hoja, imagínate en tu habitación. Muy importante que lo hagas frente al espejo. ¿Estás ahí con el final?
—Sí, aquí lo tengo en mis manos.
—No abras los ojos. Por nada del mundo los vayas a abrir.
—¿Qué hago?
—Lee.
—¿En voz alta?
—Como quieras.
Lo hago mentalmente. De forma inexplicable estoy en la habitación, no en la mía, sino en la de un hotel. Comienzo a leer el final que por tantos años lo había postergado. Mi corazón se acelera, estoy emocionada por lo que voy descubriendo, por cómo me veo descrita, ¡me veo a través de sus ojos! Quiero llorar, el final es mágico, siento cada una de las palabras, me tocan el corazón. Estoy llorando, temblando de la emoción.
En el último párrafo quiero desfallecer, tomo fuerzas de no se dónde. Concluyo llorando. Hasta ese momento me doy cuenta de que realmente lo había leído, por lo menos los últimos párrafos, ¡con los ojos cerrados! Los abro y estoy frente al espejo.
—¿Quién eres? Veo reflejada en el espejo, en vez de a mí a la anciana, a la del primer día. Ella sonríe como respuesta —¿Quién eres? —no tengo miedo, solo curiosidad. Me siento bien, plena, feliz —¿Quién eres? —le pregunto por tercera vez.
—La vida hay que caminarla sin miedos, hay que ir detrás de aquello que haga acelerar nuestro corazón.
—Sí —respondí como quien recibe una lección.
—La soberbia y el orgullo son los peores enemigos del amor —temblaba. Sabía que yo era un mucho de ello.
—Sí.
—¿Quién eres?
—Soy yo.
—¿Quién?
—Soy yo —la anciana respondió con una voz seductora, modulada y entonces comenzó a rejuvenecer. Ante mis ojos sucedió ese milagro, poco a poco empecé a descubrirla, llegó un momento que se detuvo y respondí yo misma a mi pregunta.
—Soy yo —ella afirmó. Estaba feliz de que por fin me hubiera dado cuenta. Mi otro yo, me dijo desde el espejo.
—Ven, no temas —caminé hacia ella, lo hice con una tranquilidad que hacía años no sentía, una que solo había experimentado en La Habana, cuando estuve con Bruno. Me acerqué toqué su mano, que me invitaba a hacerlo, experimenté un estremecimiento fugaz. La luz se fue, a ello le siguió un mareo, fugaz y pasajero también.
Abrí los ojos y estaba frente a una puerta, con el número 11. Toqué, no supe por qué debía de hacerlo, solo el instinto me llevó a hacerlo. Volteo a los lados y veo un pasillo alfombrado. Muchas puertas, una frente a otra. Es un hotel antiguo. Se acerca un trabajador vestido elegantemente.
—Bonjour
—Bonjour —respondo justo cuando se abre la puerta.
ENTREGA 5 (SIGUIENTE ENLACE)