ESPEJO Y VELA 3
La mañana siguiente estaba ahí la mujer, esperándome en el mismo lugar y con la misma paciencia. La diferencia es que ahora mis problemas eran mayores. Tal y como me dijo fue fiel a su palabra, efectivamente no dejó de ir. Todos los días, mañana y tarde, ¡se apostaba a la entrada de mi oficina! Al principio, debo de confesar, que no la atendía por lo saturado y emproblemado de la agenda. La canalizaron a uno y otro lado, pero siempre su respuesta era la misma.
—En qué podemos atenderla señora. Nos dieron instrucciones de que se le prestara un servicio rápido y eficiente. Con todos lo hacemos, pero nos pidieron que con usted fuéramos más expeditos —corrigió el hombre, sabiendo que su comentario no había sido políticamente correcto.
—Necesito hablar con Valentina Rossi.
—Ella está ocupada, pero por órdenes precisas de la licenciada, nosotros …
—Me retiro, gracias —se levantaba y se iba sin echar la vista atrás. Esa historia la repitió con cada uno de los trabajadores con quien fue enviada.
Conforme fueron pasando los días, comencé a tener una especie de rechazo hacia la señora. Yo era tenaz y ella terca. Mi agenda se había liberado, los problemas habían pasado de ser megaxtraurgentes a solamente extraurgentes, así que podía haberla atendido, pero, no. Como te decía, la vida para mí siempre es una competencia, una que hay que ganarla sí o sí. No me dejaría vencer por esa desconocida. La única manera de vencer a una persona terca es siendo tenaz y esa característica a mí, me sobra.
Los días transcurrieron y mi vida era más complicada que la de Gal Gadot siendo la mujer maravilla, todo lo malo venía a mí. Parecía imán de los problemas. Desde meses atrás tenía el deseo de huir, pero no lo hacía por orgullo, porque en mi interior eso sería aceptar haber perdido, no lo hacía también por otra razón, soy vanidosa como pocas y el estar ahí me ponía en el centro de todo. Cuando era tenista profesional, bajar a las canchas me hacía sentir poderosa, ahora que me analizo, creo que una parte del poder era el competir, el demostrarme que podía ganar, pero la otra, era que me vieran, que me admiraran, eso me llenaba a totalidad.
Niego mi cabeza como un gesto de pena al aceptar y confirmar que el párrafo anterior, el que describe mi sentimiento en las canchas como tenista, sigue vigente, con otra vestimenta y escenario, pero totalmente vigente. No me iba porque sería aceptar que no pude o mis detractores pudieron más que yo, pero también porque ya no sería el centro de las miradas y quizás esto era lo que más me podía, aunque el permanecer se estuviera llevando mi paz, mi tranquilidad. Sabía que era ilógico estar en un lado donde mis ilusiones, incluso, el miedo y la rabia, a veces el desinterés, eran compañeros ya del día a día.
Regresaba de una comida, una de esas donde el fingir es el plato principal y los comentarios mordaces e hirientes de los compañeros el postre. Mi pensamiento desechó el incómodo momento y se colocó en La Habana, en el Hotel Nacional, en el bar. Estaba en recuperación, dándome la gran vida. A mi lado Bruno leía para mí uno de sus textos. Él siempre decía que cuando el mundo se cae a pedazos, el refugio perfecto para resguardarte es la imaginación. Así que recurrí a su consejo y lo imaginé junto a esos hermosos atardeceres en La Isla.
Por un momento pensé que el ocaso en La Habana era especial, el más mágico del mundo. Que lo era por natura, pero con el paso del tiempo y regresando a La Isla ya sola, comprendí que no lo era así. No me vayas a malinterpretar, es increíble, pero el tiempo me mostró una gran verdad: una buena compañía hace mejor cualquier lugar, pero la ideal, lo hace mágico. Bruno, entonces, ayudó a que mi percepción sobre La Habana fuera así de perfecta.
Me sentí protegida habitando, de nuevo y momentáneamente, en nuestra cápsula. El refuego de la reunión lo minimicé hasta olvidarlo con ese viaje relámpago, lo extendí a un momento vivido años atrás. Me vi en el futón del bar, llevaba un short corto, un top, lentes enormessss, de esos que usaba María Félix. Estaba ahí plantada con toda mi belleza, él a un lado, vestido en blanco, con su perfume y su voz que tanto me fascinaba. Me leía un relato, yo… yo me sentía en la estratósfera. Pensaba que ese momento sería eterno. No entendía, en esos días, su frase que tanto repetía:
—La vida solamente es el aquí y el ahora.
Creo que así era, no la recuerdo a exactitud, pero sí la intención. Me decía que disfrutara lo que en ese momento nos pasaba porque se acabaría tarde o temprano, porque se convertiría en recuerdo. ¿Y sabes?, tenía tanta razón. Yo me empeñaba en hacer tormentas en vasos de agua, deja tú, no eran de agua, eran de esos pequeños, donde se sirven los shots de tequila, es más, hasta la fecha me basta una gota de agua y ahí puedo armar la tormenta.
Bueno, de lo que menos quiero hablarte ahora es de Bruno, no quiero recordar, ya te he dicho que el pasado lo trozo en mil pedazos y lo lanzo al viento y eso hice con mi escritor, por más bien que haya pasado los días con él, es pasado, ya lo hice pedazos y lo tiré al viento, ya quemé nuestros momentos, los hice polvo y los puse del otro lado de la ventana, la cerré, la sellé, esperando que el inútil viento se lo lleve en una de sus ráfagas violentas.
Regreso a la actualidad, que eso sí es interesante, no como lo vivido con Bruno. ¡Perdón!, pensarás que es extraño que siempre caiga en el mismo punto, él. Lo hago solo por costumbre, no vayas a pensar otra cosa.
Venía entonces de la desagradable comida, por dentro deshecha, pero por fuera radiante, ya sabes. Puedes sentirte derrotada, pero jamás verte derrotada. Cuando entro a la recepción de mi privado, estaba la mujer. Hago un gesto de molestia. No estaba de humor para soportar su acto de terquedad, me valía un sorbete su récord de insistencia, que estaba o ya había roto.
No sabía su nombre, nunca se lo pregunté ni yo ni mi asistente, pero le decíamos inventario, así nos referíamos a ella. Ya había pasado más de un mes de su primera visita, mismo tiempo que asistió por la mañana y por la tarde sin falta alguna, incluso con una puntualidad, que debo de confesarte, empezaba a envidiarle. Me daban ganas de pedirle consejo para mejorar la mía… ¡es broma! Ya el desinterés me gobernaba.
—Debería de usar falda —me dijo al pasar al lado de ella. Su comentario hace que me detenga y la vea a los ojos. Justo ese había sido mi pensamiento, segundos atrás, antes de verla…
—No siempre tendrás esas piernas —en primera instancia atribuí la coincidencia en el pensamiento a que por el hecho de ser tenista supiera de la belleza de mis piernas, casi todas las desarrollan de manera atractiva, pero… —y la blusa esa que le gustaba a Bruno. La que él decía japonesa, la de cuello alto, tipo Mao. Esa también realza mucho tu belleza —¡estaba en mi mente!
Se hizo con esas palabras, después de un mes, de mi total atención. Traía unos expedientes que los dejé caer al escucharla. Ella sonrió por mi sorpresa, la disfrutó. De nuevo la vi menos grande, con mayor vitalidad, como si el paso del tiempo en ella fuera en sentido contrario.
—¿Cómo sabe de Bruno?, ¿cómo sabe de mis piernas?
—Sé más cosas de las que crees. Por ejemplo, que tienes una fijación por tus cumpleaños, que no son de un día, sino del mes. Te sientes feliz todo el mes por ello, aunque en los últimos años tus —carraspeó —festejos se han pasado un poco de la línea. Por ejemplo, este último.
—¿Este último qué? —la reté a que siguiera.
—Este último tuviste excesos, estás pisando terrenos peligrosos —estaba más que sorprendida. No le faltaba razón, pero eso solo lo podía saber yo y… —así eres. Cuando todo va bien, te subes a un pedestal inalcanzable, para que todos te admiren desde ahí, Así lo hiciste en Roma, bueno cuando te sientes plena, estás en las nubes, luego, cuando algo pasa caes, quiebras la vajilla completa —¡eso me decía Bruno! —Pisas terrenos peligrosos, borras los límites, es un proceso como de autoextinción. Luego, luego encuentras a alguien y entonces muestras tu mejor versión, porque tienes una encantadora, una versión fascinante —estaba a punto de desmayarme, no podía dar crédito a lo que estaba escuchando —todos somos así, tenemos diferentes versiones, desde las despreciables hasta las admirables.
La vi con desconfianza y seguí mi camino, entré a la oficina. Ya ahí le hablé a mi asistente, quien había escuchado todo. La paranoia la tenía a tope. La ansiedad estaba cercana a ella.
—¡¿Quién es esta señora?! ¡Me está asustando!
—Sabe cosas de ti.
—¿Qué?
—Solo te digo para que te cuides —todo el que me conoce sabe de lo celosa que soy de mis cosas así que no permito que nadie se acerque a mi vida privada, menos que opine de ella —una tarde habló de ti, dijo…
—¡¿Qué dijo?!
—Nada malo, solo te describió. Creo que te conoce más que nosotras.
—Pero ¿qué fue lo que dijo?
—Lo que te gusta hacer, los colores que prefieres para vestir, los lugares a donde te gusta ir… habló de tus ex…
—¿¡Qué?! —la sangre me hirvió. Eso no lo iba a permitir. La rabia tomo el control de mis decisiones —dile que pase.
—Tienes reuniones…
—¡Cancélalas! —estaba más que molesta.
Entró, lo hizo con una seguridad asombrosa, me dio la idea de que se había fortalecido físicamente. Ya no caminaba como una anciana. Se sentó en la sala, se instaló con una confianza desbordante. Tenía una actitud muy distinta a la de la primera vez,
—¿Qué pasó señora? ¿Quién es usted y qué quiere? —le pregunté directamente. No iba a permitir que nadie se metiera en mi vida, que me hostigara como lo hacía ella. Ya tenía bastantes complicaciones con todos los problemas del trabajo como para que una desconocida se sumara a estos.
—¿Por qué estás molesta? —su tono no era como el de las primeras conversaciones, sumiso, al contrario, era firme.
—¿Cómo que por qué? Tiene un mes aquí, anda indagando y hablando de mí. ¡Eso no se lo permito a nadie!
—Te equivocas, no ando indagando…
—No me equivoco…
—Te equivocas —sonríe —porque no he estado indagando nada. Todo lo que dije de ti ya lo sabía —mi corazón se aceleró, me sentí amenazada, desnuda. Las palabras eran más que unas simples palabras. Tenían peso propio —debes de ser prudente, no te enganches con tus enemigos…
—¡¿Por qué me está hablando así?!, ¿quién es usted? —sonríe con mayor amplitud, gozaba de la situación.
—No les hagas caso a los de la comida. Así es este mundo. La gente golpea a quien muestra que le afecta. Tu eres muy expresiva, se te nota todo. Ahora mismo tienes ganas de ahorcarme, es más, no sabes porque no lo haces —¡eso era lo que quería hacer!
—¿Me siguió a la comida?, ¿estuvo ahí?
—¿Tú crees que Bruno te piensa?
—¿Cuál… Bruno? —su pregunta fue un golpe bajo, fingí desconocimiento.
—¿Qué hiciste para que terminara?
—Yo… ¡nada!
—¿Segura? —su mirada era retadora, se acercó unos centímetros a mí —¿no sabes quién soy?
—No.
—Si me hablas con la verdad, te puedo ayudar…
—¿Ayudar?, ¿a qué?, ¿quién le dijo que yo necesitaba ayuda? Señora, no sé quién sea usted, pero ya su juego no me está gustando. Si se va ahora y no vuelve, no la denunciaré —la mujer se para y sonríe triunfante —me voy a ir, pero no te desharás de mí. Me necesitas. Acabarás agradeciéndome.
Estoy de pie, mi mirada es dura. Por dentro tiemblo, pero por fuera nada me pasa. El mentón lo mantenía alzado, lucía altiva, mi respiración era tranquila. Ella misma había dicho que la molestia se me notaba, tenía razón, en la comida la hice visible, pero gracias a su consejo, estaba engañándola a… ¡ella misma!… o ¿no? Quizás estaba en mi pensamiento y sabía que solo fingía.
En la puerta se detiene y me dice:
—Aun no has podido adivinar que traigo aquí —sonríe por vigésima vez —la curiosidad te mata, pero nunca preguntarías. Observa bien —lo alza para que vea, es algo… está dentro de una bolsa. La desesperación se apodera de mí, doy un paso adelante, estoy dispuesta a arrebatárselo de la mano. El objeto me atrae con fuerza, pero la mujer se gira con mayor rapidez que yo y desaparece detrás de la puerta.
—¿Qué es…?
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