ESPEJO Y VELA 2
—¡Dios mío! Parece que lo invoqué —aventé el móvil lejos de mí. Comí con ansiedad, mi vista viajaba de la bolsa de frituras al móvil, de ahí al vaso de refresco y de nuevo a repetir el ciclo —¡Ya! —le grité al maldito teléfono. Salí de la habitación, pero no pasaron más que unos cuantos segundos y regresé. Lo hice y me planté frente al móvil. Negué y me fui a la cocina, me lavé las manos, tiré el refresco. Maldije unas cuantas ocasiones. Sabía el final de la historia, pero aun así la quería postergar. Siempre terminaba donde mismo.
Regresé a la sala, tomé el móvil y abrí los estados. Justo ahí estaba esperándome, lo vi unos segundos, unos minutos, de nuevo, postergando la decisión de abrirlo. Comencé a maquinar en mi cabeza qué hacer, verlo significaría darle el gane a él y yo, yo nunca perdía. Soy orgullosa y si él se fue de mi vida…
—¡Nunca! ¡Jamás de los jamases! Tendrás de nuevo entre tus manos este cuerpo, estos labios no volverán a ser besados por ti —lo dije con una seguridad asombrosa.
Me molestaba conmigo misma por que pasara por mi mente debilidad. Odio depender de alguien, de verme débil, necesitada. En un principio fui poniendo distancia con Bruno, espacié el contacto que teníamos. Lo convertí en uno caprichoso y voluntarioso, claro, atado a mi capricho y voluntad. Se hacía a mi tiempo y forma. Luego lo espacié aún más y ya solo le contactaba cuando no soportaba su ausencia. Iba como una adicta, por una dosis, por una dosis de Bruno. Lo hacía bajo el estúpido pretexto de que necesitaba un consejo, él lo daba, sabiendo que sería en vano, yo lo escuchaba, sabiendo que sería en vano. Ambos participábamos en ese juego porque nos permitía estar juntos.
Me di cuenta de que lo necesitaba, que no había dejado de necesitarlo nunca. El muy desgraciado me suministraba una potente droga con su sola voz, porque físicamente mi distanciamiento aun seguía ¿Qué efecto tenía ésta en mi cuerpo?: paz y tranquilidad. Cuando me percaté de ello reuní valor y selle las puertas y ventanas que daban acceso a mí. Siempre he sido así, cierro todo para que el pasado se haga polvo y se lo lleve el viento, pero nada que con él fue diferente. A los meses de no verlo ni escucharlo abro la ventana y el polvo, su polvo, sigue ahí. En ocasiones lo veo con dolor, con tristeza, con añoranza, en otras con coraje porque está ahí.
—¡Gánale! —le grito para que se mueva de ahí, pero no. No se va. Así que lo único que me queda es cerrar la ventana. El tiempo me enseñó que seguirá ahí, hasta que él mismo decida irse, así que ya cada vez me enojo menos o quizá intento castigarlo con la peor de las penas para un amor consumido, la indiferencia. ¡Sí!, eso hago, eso intento hacer, ser indiferente, levantar mi mentón y pasar a su lado, no físicamente sino en los recuerdos. Hacer como que no está ahí, aunque… ¡maldita sea! Su perfume está ahí, sus gestos están ahí. ¡Por Dios! Mírame aquí hablando de él, del pasado, de un pasado ya muy lejano.
—¿Por qué? —busco la razón del porque Bruno sigue ocupando un espacio en mi mente. Quizás sean solo residuos de él, pero aún está ahí. No sé cómo explicarme que la mujer
invencible, la que todo lo puede, la que desaparece los amores vividos con solo cerrar mis bellos ojos no ha podido borrarlo a él del todo —¡estúpida! —molesta, grito.
En una más de mis contradicciones, acabando de insultarlo cedo a la duda. Esta me ha vencido. Voy por el celular, abro en los estados, voy donde aparecen todos y hago una captura de pantalla, la agrando.
—¡No puede ser! —no se alcanza a leer, la calidad es tan ínfima en los estados que el zoom no sirve para verlos. Lo intento nuevamente y nada, de nada. Pero nadie es más inteligente que yo, entro a la configuración de la mensajería y la reprogramo para no tener notificaciones de estado. Me meto y lo leo.
—“Te posas en cualquier elemento, estás en el vuelo de la mariposa, en el susurro del viento, en el aire que respiro. Me preguntas si aun te recuerdo, mi respuesta es no, porque solo se recuerda aquello que se ha olvidado y viene a la mente de forma ocasional y tú… tú vives instalada en mí. Aquí justo entre mi alma y mi corazón habitas”.
Mi corazón se acelera con fuerza, sonrío estúpidamente, lo leo nuevamente. El poder de la imaginación me hace traerlo frente a mí, sentarlo frente a mí y escuchar cómo me dice, sin dejar de verme, cada una de esas bellas palabras.
Quiero abrazarlo, besarlo, pero súbitamente desvanezco de mi rostro la sonrisa.
—¡Desgraciado! —así como segundos atrás tenía la certeza de que era para mí, de que su mensaje era uno pensado y escrito para mí, ahora estoy segura de que no…. ¡lo escribió para otra mujer y yo como tonta leyéndolo!
Es así como vuelvo a ser Valentina Rossi. Tomo mi mundo, me lo echo a la espalda y comienzo a arrastrarlo. Resuelvo llamadas, avanzo, me siento y soy invencible. Puedo con todo y contra todos. No necesito a nadie. Hay ocasiones que siento que tengo el mundo en contra y ¿sabes qué hago?, lo provoco aún más, lo hago porque quiero demostrarles que no podrán contra mí.
Es lunes y llego una vez más tarde a la oficina. Ya no me preocupa eso, había una persona que trató de ayudarme con la impuntualidad, se fue de mi vida y no acabó esa labor, pero creo que, aunque aún permaneciera, no lo habría logrado. Llegar tarde para mí significa romper las reglas y esas a mí ¡me matan!
Gasto unos segundos adicionales en el auto. Me pinto, doy el último toque a mi perfecta belleza. Bajo empoderada, aunque una parte de mi esta ensombrecida, debo de confesarlo. Y es que la presión en el trabajo es mayor, mucho mayor a la que, la misma persona de la puntualidad, me lo había anticipado. Cuando lo hizo lo desoí, pero tenía tanta razón. Hoy vengo a trabajar arrastrada, aunque mi cara y mi cuerpo dan otra idea. Esa es por vanidad y no por gusto. Lo que hay alrededor del trabajo me asfixia. Las intrigas, los movimientos,
los golpes bajos son cosa común. Me sentía blindada por mis jefes, pero ahora me doy cuenta de que ni ellos lo hacen, es que aquí nadie ve por nadie más que por sus intereses. A veces quisiera regresar al mundo del tenis, había presión, pero era una de otro tipo, era de mí hacia mí, por ser mejor y aquí no, es del exterior hacia mí, de mis compañeros hacia mí, de mis amigos, de mis enemigos hacia mí. Todo se hace pensando en que nadie sea mejor que ellos.
Esa mañana la agenda parece una de box. Tendré cinco peleas y dos sparrings. Antes planeaba como plantearlas, pero con el tiempo comprendí que no importaba como fuera preparada me atacarían, me golpearían, así que estoy ya en el momento que poco me importa cómo se presenten las cosas. Si soy golpeada o masacrada, ya da igual. ¿Recuerdas que ayer fui a ver el atardecer? Fui precisamente por toda esta presión, lo hice en búsqueda de paz. Intentaba escaparme, aunque fuera por unos minutos, de este mundo que ya no me seduce tanto.
—Buenos días —veo una mujer de unos setenta, ochenta años quizás. Está sentada en la recepción de mi oficina. ¡Yo con tanto trabajo y debiendo atender cosas sin importancia!
—Buenos días, señora —paso y entro a mi oficina. Le mando a hablar a mi secretaria para recordarle que le había dicho que no iba a atender gente ese día. Su paciente respuesta me molesta y aprovecho para enlistarle los problemas que traigo, como si ellos fueran su responsabilidad.
—¿Qué hago?, ¿quieres que le diga que se vaya? Recuerda los medios como se ponen. Si va a hablar con ellos y dice que no la atendimos, será peor. Ya ha venido varias veces.
—No la recuerdo —mi secretaria tenía razón. Un par de minutos y me desharía de ella sin consecuencias mediáticas. Problemas con los medios era lo menos que necesitaba en ese momento —pásala.
Entra con una parsimonia que me quiero infartar. Camina con una lentitud que me lleva a imaginar que me levanto y la empujo hasta sentarla. La ansiedad me come. Hay gente tan inconsciente que piensa que el tiempo de uno es el de ellos. Ya instalada frente a mí, le pregunto:
—¿Nos conocemos?, ¿ya la había atendido? —mi ansiedad se convierte en curiosidad. La familiaridad que sentí fue una jamás experimentada.
—No niña —¡me mata que me digan así! Siento que lo hacen para ponerse en un plano de superioridad —podría decirle que —tarda en completar la respuesta… ¡un siglo! —creo que no —yo con el mundo cayéndoseme a pedazos y ella a un ritmo de tortuga.
—Le gusta tierra del Fuego —ve una foto que tengo sobre mi escritorio.
—Sí…
—Qué bonita es. Yo he estado ahí. Cuando joven. Es linda la fotografía, la fotografía y usted.
—Gracias —tenía que acelerar la inoportuna visita, no podía disponer con ella más de dos minutos, en caso contrario no alcanzaría a librar mis batallas —¿qué puedo hacer por usted?
—Mucho.
—Le voy a pasar con mi secretaria para que la canalice, ellos hacen los trámites —me paro
—tengo unas reuniones importantes por atender.
—¿Más importantes que usted? —apretó una bolsa que traía consigo. Al hacerlo llevé mi vista a ella, de nuevo sentí familiaridad, pero ahora por lo que contenía la bolsa.
—¿De dónde la conozco? —se sonrió y me asusté. Su sonrisa me era más familiar aún.
—El trabajo es pasajero niña. Lo importante es la felicidad, nos perdemos cuando buscamos más tener que ser.
—¡¿Qué necesita?! —pregunté un poco molesta. Me sentí intimidada. Así soy, desconfío de todo y de todos. Si hay algo malo, estoy segura de que puede ser peor, si es bueno, estoy segura de que hay algo no tan bueno detrás de ello. No es que me quiera acordar de Bruno, solo te lo cuento como referencia, que él decía que yo tenía el don de las letras, pero nunca confié, es más, aún no confío en su apreciación. Sé que no tendría por qué decirme algo que no es, menos ahora que él vive su vida y yo la mía, lo sé, pero sigo desconfiando de sus palabras. No confío en nada y esa extraña señora, vaya que me da motivos para especialmente no hacerlo.
—Que me escuche, pero al parecer está apurada. Vengo en la tarde.
—Estaré ocupada.
—Vengo mañana.
—Estaré ocupada.
—Soy más tenaz, más terca que usted. No se deshará de mí hasta que hable con usted.
—Pero… —se levantó y salió. Me dejó hablando sola. Me dio la impresión de que al salir lo hizo con menor lentitud de la que entró. Como si repentinamente hubiera perdido unos años.
Se cerró la puerta y en mi ser se quedó instalada la curiosidad y la certeza de que la conocía y no de manera superficial. Su hablar se me hacía tan… Esa extraña mujer buscaba algo y no de la oficina sino de mí. Lo supe, ¿por qué? No sé, solamente lo supe y ya.
ENTREGA 3 (SIGUIENTE ENLACE)