ESPEJO Y VELA 1
Soy Valentina Rossi y cuando el mundo me aplasta, vengo aquí. Me siento en medio de la nada, literalmente en medio del vacío. Vengo a escuchar el murmullo del viento, vengo a ver caer el atardecer. Soy una mujer enamorada, enamorada de ellos, de los atardeceres y hoy vengo a pescar uno. Usualmente corro detrás de estos apenas tengo oportunidad, también lo hago cuando el corazón me lo pide, no… corrección, lo hago cuando el corazón me lo exige. Me monto en mi 4×4 y manejo con el pensamiento puesto en blanco, en otras ocasiones en búsqueda de respuesta a preguntas o situaciones que me atormentan. Conduzco con la cara al aire y sin prisa. Quiero sentir como acaricia mi hermoso rostro, como juega caprichosamente con mi cabello.
Hoy estoy aquí, lejos de todo y de todos, vine vestida en mi mejor forma, bueno, más bien, desvestida en mi mejor forma, quiero seducirlo, quiero que me vea, quiero gustarle, así que vengo con un short corto que deja al descubierto mis largas y torneadas piernas. Debo de confesarte que es tan corto, que a través de él puedes ver mi busto y que la blusa que uso hoy, una pegada, da muestra de mi vientre plano. Estoy orgullosa de ambos, de mis piernas y de mi vientre, bueno, también de mi rostro y de mi cabello, aunque creo también estarlo de mis brazos y espalda, bueno de todo mi cuerpo. Lo amo casi tanto como al atardecer o…
¿quizás amo más mi cuerpo que al atardecer?, no lo sé. Sea de una u otra forma estoy sentada aquí en medio de la nada viendo como el sol comienza a buscar refugio detrás de las montañas, como el amarillo intenso se tinta a naranja, en esta fecha del año, quizá por el calor, hay ocasiones que se enrojece.
En mi vida hay una persona, lo está ocasionalmente. Me he ido y regresado de su vida, es como… como un puerto, donde atraco de vez en cuando. Se llama Bruno, lo conocí en La Habana. No te platicaré mucho de él, no por el momento, pero lo traigo a tema porque ahora mismo me acuerdo de él, lo hago por unas palabras que me dijo y que, de vez en cuando retumban en mi cabeza. El ama la fotografía y un día, estando aquí con él, observábamos un atardecer, él, por cierto, está medio loco, porque también caza los amaneceres. Ese ocaso fue especialmente hermoso, tenía su equipo en mano, listo para captar el instante, su rostro pintaba asombro, lentamente bajó su cámara, cruzó sus manos, colocó el mentón sobre estas y admiró, solo se dedicó a admirar. Lo hizo así hasta que la noche se hizo dueña del firmamento.
—¿Qué pasó?, ¿por qué no le tomaste foto?, ¡era increíble! —le dije desconcertada.
—No todos los atardeceres se captan con la cámara, los mejores, los más sublimes son para uno. Esos se guardan en el disco duro de aquí —se tocó el corazón —hoy fue increíble, ¿no lo crees?
—Sí —afirmé sorprendida por su respuesta.
—Lo fue por dos cosas.
—¿Por el ocaso y por…?
—Fue uno de los atardeceres más bellos que he visto, pero haberlo compartido contigo lo hizo aún más. No quería perder instante alguno ni del atardecer, ni de ti.
Eso fue hace tiempo. Sacudí mi cabeza para regresar a la realidad. Me impulso y de un solo movimiento me siento en el capacete del 4×4. El mágico momento que estoy apreciando me hace olvidar la temperatura, bajo con la misma rapidez que subí. ¡Está ardiendo! Mis muslos, mis hermosos muslos sintieron el ardor. Reviso que no los haya marcado, ¡no puedo atentar contra ellos!
Volteo a todos lados, para asegurarme que nadie me haya visto. El movimiento es inútil, nunca hay nadie ahí. Me alejo del vehículo y me siento en el pastizal. Es época de siembra y está todo verde, pero al final del sembradío, hay otra área amarillenta. Echo mis manos hacia atrás y volteo a ver el espectáculo. ¡Ha empezado! Está ahí, frente a mí y solo para mí. Es un círculo perfecto en amarillo claro, está envuelto por una escenografía naranja. Arriba de él está una franja oscura.
Seguramente debido al pastizal del fondo, cambia abruptamente de color y el cielo se tinta en dorado, es una escena cinematográfica. No es que me acuerde de Bruno, de hecho, procuro no hacerlo, incluso lo evito. Hago todo lo contrario que me lleve a él, pero aun así su consejo apareció y dejé el móvil de lado. Capté con mis ojos la belleza de la naturaleza, la hice solo para mí. No tendría evidencia de lo que había presenciado. Para validar mi decisión y con ello evitarme reproches, reproduje a exactitud sus palabras y con su tono de voz, incluso con su aroma:
—No todos los atardeceres se captan con la cámara, los mejores, los más sublimes son para uno. Esos se guardan en el disco duro de aquí —se tocó el corazón —hoy fue increíble, ¿no lo crees?
Afirmé. Dibujé una sonrisa, una de melancolía, por los tiempos idos, por… no sé. Me paré y fui al vehículo, conduje de regreso. En mi mente había algo que anhelaba desde hacía meses, paz. No sé quién la trajo, el recuerdo de él, el atardecer, la mezcla de ambos, no lo sé, pero no importaba, lo realmente importante era que estaba instalada en mi corazón, que había desplazado por un instante a la ansiedad.
Cuando entro a casa, el móvil vibra, sonrío estúpidamente, ¿por qué? No tengo idea. Lo hice como un acto reflejo, veo unas llamadas. Son del trabajo, no quiero entrar al fragor de la batalla, no por lo menos en este momento. Me siento en el sillón, abro una coca, la vacío en un vaso con… hielos. Abro una bolsa de chetos, de esos que arden de forma adictiva. Abro los estados y lo primero que veo es uno de…
ENTREGA 2 (SIGUIENTE ENLACE)