Carta 121 Ellas al rescate
Después de haber encontrado a Mónica en el suelo -me contó Jerome -, el escritor se cruzó de brazos, observando cómo ella quería estirar su pequeña falda sin conseguirlo. Yo, por supuesto, volví a darle la mano, pero esta vez sí la tomó. No sé cómo dio un pequeño salto mientras sujetaba mi mano y ya estaba de pie, arreglándose el pelo y sacudiéndose el vestido. El escritor no le quitaba ojo, aunque con una mirada más bien matadora.
¿Y tú qué miras? -le dijo la señora a Eduardo y éste negó con la cabeza y luego se metió a su oficina, dando un portazo.
¿Acabas de ver eso, cartero? Si será pelado, se metió sin decir nada -refunfuñó ella.
¿Es que venía a verlo expresamente? -preguntó Jerome.
Pues sí, pero mejor me voy, es insoportable. Fíjese que llegué a creer hace rato que a lo mejor ustedes tenían razón, pero no, no la tienen, estoy convencida, mire cómo se porta el muy grosero -dijo, mal disimulando un puchero –
Yo no supe que contestar, Renée, la mera verdad es que el escritor se pasó. No la ayudó a levantarse y luego casi le cerró la puerta en la nariz sin decir palabra; justamente él que ha sido siempre un caballero –
Sí, Jerome, es muy raro, no es propio del escritor hacer estas cosas -respondí.
Perdió la memoria y la cabeza, en cambio ella sigue igualita que cuando la vimos la primera vez –
…
Más tarde cayó un chubasco en Agua Viva, yo estaba cerrando las ventanas cuando, desde la planta alta, vi a Mónica deambulando por el parque. No podía creerlo, salí a la terraza y le grité desde ahí. Ella me vio enseguida y corrió hacia la entrada. Le abrí, lo que vi en ese momento no tiene nada que ver con la Mónica que todos recordamos. Se le había corrido el maquillaje, su melena estilaba sobre sus hombros y su rostro estaba bañado en rímel. Se fue directo a la cocina y me pidió una toalla para secarse. Le traje una toalla y un batín de baño, te imaginarás que estaba hecha una completa sopa. Fue a cambiarse y, más tranquila, se sentó y me dijo que le ofreciera un café. Debo decirte que sin maquillaje, al natural, da la impresión de ser una mujer mucho más accesible, se le suavizan los rasgos y el hecho de que estuviera casi a punto de llorar, le daba a sus ojos una nostalgia profunda. Por supuesto, le preparé el café, pero bien cargado y apenas dar los primeros sorbos, se puso a llorar. Sí, a llorar, no lo podía creer. Me dijo que tenía un fuerte dolor de cabeza y me contó el relato de Jerome. Estaba realmente apenada por tu actitud, pero enseguida volvió a ser la de antes y te insultó en español, en italiano y hasta en francés.
Ha de creer que está tocado por los dioses -me dijo y luego, con una confianza inusitada, se levantó a esculcar en mi alacena una botella de algún licor. Encontró un brandy que siempre guardo para mis amigas, a quienes ya conoces, y vertió unas gotas en su café. Después de un largo silencio, me dijo:
Tú eres la única cara que me parece conocida, ¿puedes decirme por qué? –
No lo sé, nos vimos solo un par de veces –
¿No eres muy amiga del escritor? –
Así es –
Debe ser por eso, es decir, en el caso de que verdaderamente haya perdido la memoria. ¿Tú qué piensas? –
Los dos la perdieron –
¿No te parece una locura? ¿Cómo dos personas pueden perder la memoria al mismo tiempo? No puedo creer lo que me dicen y menos ahora, que me trató tan mal –
¿Eso te duele? –
Mentiría si te digo que no y al mismo tiempo me indigna que me duela –
Entonces, discúlpame, escritor, saqué tu última carta y se la di. Muy extrañada, comenzó a leer. Por supuesto, la primera reacción fue la de maldecir en italiano, pero luego, cuando llegó a la parte del sueño, no me lo vas a creer, pero sonrió. Al darse cuenta de eso, borró la sonrisa de inmediato y luego me la devolvió.
¡Qué tontería! -exclamó -un sueño no significa nada –
Tal vez no es solo un sueño, sino un recuerdo -le dije.
¿Cómo va a ser un recuerdo, por favor? –
¿Y, entonces qué piensas hacer? –
Otra vez se quedó pensando mientras bebía su café. Al cabo de unos minutos, respondió:
Tengo que averiguarlo, no sé por qué, pero no sé cómo voy a hacerlo, de veras que no puedo con él, es insoportable –
Normalmente no lo es tanto, al contrario, ¿por qué no lo conoces mejor? –
Lo haría, pero tengo mi orgullo -dijo, muy molesta.
Él también y tal vez esté en la misma situación que tú –
¿Tú crees? –
Sí lo creo –
En ese momento tocaron la puerta con un estruendo demasiado conocido, abrí: eran ellas. En fila desde la puerta, directo a la cocina, pasaron saludando como un tropel, Martha, Celestina y Velya.
Te vimos, mana -le dijo Martha -estabas hecha un cristo caminando por el parque –
¿Y cómo lo supieron? -preguntó Mónica.
Ay, hija, La chancla está al otro lado, se ve todo lo que pasa en el parque, además, hablábamos mal de ti, que lo sepas, pero al verte así, nos diste lástima, ¿qué feíto? -explicó de nuevo Martha con aquella voz ronca que suavizaba con maestría.
Feísimo, corazón -declaró Celestina -pero no te sientas mal, venimos a consolarte –
¡Yo no quiero consuelo! -gritó Mónica y Velya se paró frente de ella.
No seas tontita, señora, ya metiste la pata suficientemente por este día -le dijo.
Mónica se levantó de la silla, lista para irse, pero Celestina la sentó de golpe, presionando los hombros de ella, como suele hacer con todo el mundo –
¿Cómo puede ser tan fuerte una abuela? -dijo Mónica, queriendo zafarse de Celestina sin conseguirlo.
Abuela tu abuela, mija, yo estoy en mi mejor edad. Mírame, peinadita y arreglada, mientras que tú, si sales de noche como estás, podrías asustar a cualquiera. No sea bobita, mi niña y agradezca que estamos aquí –
Yo vine a hablar con ella -dijo, señalándome -no con ustedes –
Se llama Renée -aclaró Velya, cruzada de brazos.
Pues Renée o como se llame, es la única que me parece conocida -respondió Mónica.
No seas rejega, corazón, si venimos a ayudarte, no sabes lo buenas que somos para ayudar a nuestros amigos. Cuéntale, mana -dijo Martha, señalando a Celestina.
Correcto, Martita, somos las mejores, todos lo saben –
Yo me llevé las manos a la cabeza pensando qué es lo que iba a salir de aquella reunión, en cambio, Mónica, profirió una sonrisa casi imperceptible.
¿Y cómo piensan ayudarme? -preguntó.
…
Escritor, no seas demasiado duro con Mónica, tú no eres así, no te empeñes en dar una idea falsa de ti mismo; ella de verdad lo quiere intentar y pasó un día terrible; tú también podrías poner algo de tu parte. Así que, ya sabes, tendrán ayuda… y que Dios nos agarre confesados.
Renée