Carta 120 el sueño
Jerome:
Agradezco el interés mostrado en mi aspecto sentimental, así como tus consejos Jerome, pero me gustaría dejar en claro que no hay ningún interés de mi parte por tu “Monumento”, además poco me importa lo que pueda pensar de mí una persona como ella. En cuanto a lo de opinión en boca propia es vituperio, ¡yo fui quien te enseñó esa frase!, fue una noche que estaba con nosotros Abel y hablaba de como se percibía como pintor y se la receté.
- ¿Y como que significa eso? – preguntaste, después de explicarte dijiste – ¡Gancho al hígado, pintor! – reíste a más no poder.
Si piensa que no le llamaré, está en lo cierto. ¿Cómo le hablaría a una persona que ve a los demás hacia abajo?, se siente hecha a mano, ¿crees que soy de los que permiten ser tratados de mala forma?, claro que no Jerome, por ningún motivo lo haría.
Ella estableció la frialdad de entrada. No puedes sembrar mezquites y esperar cosechar manzanas. Es frase vieja. Te lo digo para que no te la vayas a apropiar, como acostumbras a hacer. Además, estoy seguro de que ella no te dijo las cosas, así como las planteas. Te conozco mejor que nadie, amigo. Conozco de tu afición por usurpar el papel de cupido. Agradezco tu intención, pero ella no me interesa, NO ME INTERESA, así como lo lees, en negritas, mayúscula, arial 12 y, por si fuera poco, subrayada. Por favor deja de andar de Celestina, no lleves ni traigas información, recuerda que quien muere primero es… el mensajero.
La siguiente parte, es solo para la escritora. Deja por favor de leer a partir de aquí, no seas indiscreto. Saludos mi querido Jerome Bukowski.
Escritora:
¡Jamás habrase visto! Me exaspera ver al cartero cómo se mete en nuestra sagrada relación epistolar, sin empacho alguno. Puedo asegurarte de que es de esos que van a las fiestas sin invitación. ¡Mira que tratar de unirnos! Es claro que hay una antipatía mutuamente correspondida. Que le da a pensar que haría yo algo para acercarme a ella, qué le da a pensar que ella se acercaría a mí… ¡Noooooo! Imagínate con ese aire de superioridad y yo siendo pacifista, me sometería en un abrir y cerrar de ojos. Me haría garras. Hasta se me enchinó la piel.
Es por eso de la frase, cada oveja con su pareja. No hay como tener afinidad de por medio. En fin, ya no quiero hablar de Mónica o Monumento. Ja, ja, ja… tengo que aceptar que esa parte me hizo reír, ¡Monumento! Por cierto, hoy tuve un sueño extraño, soñé con ella, caminábamos por el pueblo. Iba con una falda corta, sus piernas quedaban al descubierto, era imposible dejar de verlas.
- ¿Te gustan?
- ¿Qué? – fingí demencia.
- ¡Escritor!, ¿qué crees que no te veo como me ves? – me sentí apenado, los colores se me subieron -. No te pongas rojo, ¿te gustan sí o no?
- Sí.
- Para eso me puse esta falda, para que me vieras, me gusta cómo se te pierden los ojos en ellas. Me gusta como sonríes cuando te descubro…
- ¿Sí? – pregunté con un dejo de estupidez. Ella sonrió perdonándome la vida.
- Me fascinas. ¿Lo sabías? – se acercó a darme un beso.
Sentí la humedad en mi mejilla, llevé mi mano a ella. Acaricié el rostro de Mónica, lo perfile. En un acto de seducción llevó su lengua a mis dedos, recorrió uno a uno, luego encajó sus dientes en el índice. Estaba en el paraíso, permanecí ahí hasta que una carcajada ensordecedora me expulsó de él súbitamente. Abrí los ojos asustado.. ¡era el perro de Abel! Mis dedos estaban en su baboso hocico, el pintorcillo de cuarta nos veía doblado de la risa.
- ¡¡¡Que bajo has caído escritorcillo!!!
- ¡Qué hacen aquí? – pregunté mientras me paraba – ¡te voy a matar! – salí detrás de él, lo perseguí por la mesa del comedor, el perro hacía lo mismo, pero su objetivo era yo.
Ya después de haber dado su merecido a Abel, llegó quien menos necesitaba que lo hiciera, ¡Hemingway!
Eduardo