Carta 119 Jerome levanta la mano
Maestros:
Soy Jerome, voy a hacer mi luchita para escribir como ustedes. El fondo lo tengo, me sé filosófico, las domingueras también, el valor, pues el valor ahí me falla, les confieso (así como dice el escritor) me achico cuando los leo, porque cuando leo sus cartas antes de entregárselas, claro está, me doy cuenta de que sí le saben a esto y me embaboso leyéndolos. Regresando al punto de partida, tengo fondo y le echo ganitas en la forma, así que dentro de poco no se sorprendan estar aplaudiéndome en un gran auditorio, emulando a mi amigo don Charles, porque por si no lo saben Charles Bukowski era cartero y de los buenos, era como yo, revisaba la correspondencia, pero, además, él ordeñaba, es que antes se mandaba dinerito entre las cartas, hoy, para mala fortuna del gremio ya no.
Nos ubicamos entonces en la razón que dio origen a mi participación, en lo que hizo posible esta relación epistolar de dos, en un trío. No del que están pensando, ni tampoco ese otro, me refiero a un ejercicio de carteo entre colegas.
Don Eduardo, empiezo por decirle, que sí, que todo esto es una broma de los aguavivences, (ocupo que me cheque señorita Renée, si así se escribe el gentilicio de los nacidos en el pueblo), son proclives al chisme, se les da, pero requetebonito, ¡vaya si lo sabré yo!
Pero no hablaremos de mi persona, sino de ustedes dos. No me refiero a usted, escritora, digo a la italiana y mi amigo. Para no extenderme mucho, porque tengo cartas por leer y entregar, le diré escritor que usted está en lo correcto, no caiga en el jueguito de que la espectacular, hermosa y seductora Mónica fue su querer, aunque no estaría mal de que le buscara por ahí. Mis años en la vida me han vuelto objetivo y con mucha visión, veo cosas que los demás no ven (no sé si aquí aplique eso de visionario, si no es así corríjame, señorita Renée), bueno, lo que le recomiendo es que le busque por ahí, la señorita Mónica es un monumento viviente, incluso creo que en alguna parte del mundo una escritora así la había bautizado.
Para que se anime, ayer estuve con Monumento, (lo escribo con mayúscula por ser apodo, no se me apantallen, le sé más o menos al arte de Cervantes), está justo del otro lado de la línea, piensa lo mismo que usted, pero desde la otra óptica.
El informe sería el siguiente: Se le percibe como una persona creída, una que trató de impresionarla con su experiencia. Ahí debe de bajarle dos rayitas, como recomendación no se habla de uno mismo, se dice que elogio en boca propia es vituperio (si no saben que es vituperio, búsquenle). Ella piensa que usted no le llamará, sintió el rechazo, la frialdad, es por eso de su distanciamiento:
- Mi amado y bello cartero… ¡qué se cree ese productorcillo! Deberías de darle unas clases de trato a las mujeres – sin quitar ni poner palabras, así me lo dijo.
Me extraña mi buen amigo, debió ser más amigable, de eso usted sabe un buen, pero su experiencia la dejó en la almohada. No se puede andar por la vida de conquista en conquista, eso déjeselo a Charles, Hemingway o Víctor Hugo, pero usted no es así y no le pido que sea como ellos, pero no olvide que cada mujer que uno conoce, sin importar su físico, su intelecto, es una nueva oportunidad de hacer sentir a la más sublime creación del creador (sé que suena a cacofonía, pero así déjelo revisora, así como dice el escritor), como lo que es, el centro del universo.
Esmérese mi querido amigo, la mujer bien vale la pena hacerlo. Una tuna está en medio de espinas, hay que sortearlas hasta llegar a ella, luego, con sumo cuidado quitar la cáscara, ¿estamos?, al final y solo al final se disfruta de ese exquisito manjar. Así es la mujer don Eduardo, es el fruto perfecto, beber de sus labios es saciar la sed del corazón, es beber vida, es por eso por lo que cuando se está ahí, en ese diminuto paraíso, quisieras volver el instante en eterno.
No le digo que enamore a Monumento Belluci, no… solo le sugiero que no abone a esa frialdad, parecen adolescentes en un duelo de orgullo, pero le tengo una noticia, en esos duelos a muerte, el final siempre es el mismo, ambos mueren y paradójicamente ambos se sienten en público ganadores y ambos se sienten en privado, perdedores.
Jerome, el cartero.
P.d. quiero dar crédito en la revisión a Cortázar. Julio me ayudó revisándola, pero no permití que cambiara muchas cosas, hacerlo sería renegar de mis sentir, sí, de mis sentimientos, porque esta carta la escribí con ellos, queridos amigos.