Carta 118 La caída
Mi estimado escritor:
Está bien si no me crees, es cierto que es algo no solo increíble, sino esperpéntico. Eso no importa, de veras, lo único que importa es que estás tranquilo y que no sufres.
Ayer Velya y yo nos encontramos con Mónica en la panadería. Discutía con la dueña porque la barra de pan que vendían no se parecía nada a la italiana. La señora Refugio empezó siendo muy amable, hasta se disculpó, pero pasada media hora, ya estaba francamente disgustada.
Verás, Mónica -explicó Velya, mediando entre ellas -aquí, en Agua Viva, siempre hemos comido el pan de la señora Refugio y nos encanta. No vas a encontrar nada como en Italia, igual que en Italia no vas a encontrar nada como en Agua Viva; no te enojes, es inútil –
Ella miró al techo, luego a la puerta y luego a Velya. Se dio cuenta de que la viuda era realmente guapa, mirándola de pies a cabeza y le preguntó a la señora Refugio, un tanto grosera.
¿Y ésta quién es? –
La señora Refugio, guardando la barra de pan de la discordia, respondió:
Nuestra belleza de Agua Viva –
¿Belleza? -dijo Mónica con una sonrisa burlona -pues aparte de la flor más bella del ejido, no creo que dé para más –
Mírala -exclamó Velya -desmemoriada y envidiosa -y soltó una risotada. La señora Refugio la secundó, exagerando a propósito.
¿Desmemoriada yo? -replicó Mónica -¿a qué te refieres con eso? –
A que no te has de acordar ni de lo que desayunaste esta mañana -respondió Velya sin dejar de reír.
Claro que me acuerdo, miss Cerrito -y otra vez soltaron la risa. Debo decir con cierta vergüenza que hasta yo me reí.
Ay, pero qué graciosas -nos dijo, tomó su bolso, una cosita muy mona de lentejuelas plateadas y se fue taconeando con fuerza hasta doblar la esquina.
Doña Refugio estaba contenta y nos invitó a tomar un café con donas, su producto estrella.
Mientras la dueña de la panadería estaba en la cocina, Velya me interrogó.
¿Hablaste con el escritor? –
Sí, pero no me creyó –
Lo sabía. Es que es de no creerse –
No sé qué podemos hacer –
Cuando no sepas que hacer, no hagas nada -me aconsejó.
Será lo mejor, dadas las circunstancias –
Y en eso, que volvemos a escuchar los fuertes taconazos. Era Mónica de nuevo.
A ver, ustedes, ¿qué quisieron decir exactamente con que soy desmemoriada?, ya me lo han dicho varias veces, ¿qué eso, de lo que no me acuerdo? –
Pues de tus amores con el escritor -replicó Velya.
¿Qué?, ¿amores con ese escritor? Claro que no, ¿en qué cabeza cabe? –
Pues en la tuya -dijo Velya de nuevo.
Mónica suspiró, desesperada y luego se sentó con nosotros. Llevaba un vestido demasiado corto y las sillas eran altas, de modo que tardó un rato en acomodarse. Una vez que lo consiguió, echó su larga melena hacia atrás, se quitó los lentes oscuros y casi golpeó la mesa con su bolsito de lentejuelas.
¡Ha hablado la miss Cerrito! -dejó caer, con un tonito, como arremedando a alguien. Velya volvió a reírse, esta vez con más ganas.
¿Y ésta quién es? -le preguntó al verme sentada con la viuda.
¿No sabes referirte a las personas que no conoces de una forma menos grosera? -la increpó Velya.
No, así soy yo…pero es que me parece cara conocida –
¿Ves? Tu memoria quiere decirte algo, pero no puede aclararse –
Podría ser, pero aun y cuando uno no recuerda nada, siente. Lo del escritor, de veras, me parece descabellado, pero, además, yo no siento nada cuando lo veo -dijo Mónica un poquitito más tranquila.
A él le pasa igual -agregó Velya -¿no has sentido algo así como una laguna en tu mente? –
Ahora que lo dices, sí, fue en la escalera de mi casa. Recuerdo que me estaba vistiendo para salir. Me probaba unos tacones rojos que compré en Milán, preciosos, y alguien tocó la puerta varias veces seguidas, como si tuviera una gran urgencia –
¿Y qué hiciste? –
Bajé corriendo –
¿Y luego? –
Eso es todo, no recuerdo más, esa es la laguna. Desperté al día siguiente con dolor de cabeza, pero todo seguía igual. Mi amigo Luca, que fue quien tocó la puerta, me dijo que había tenido un pequeño accidente, pero que no era nada. El médico que estaba con él asintió y me dio una receta. Nada fuera de lo normal –
Entonces, fue una caída -dedujo Velya.
¿Tú crees que eso provocó la amnesia? –
¡Claro que sí! –
Pero si recuerdo a todo el mundo, ¿por qué no iba a recordar al escritor si de verdad hubo algo entre nosotros? –
Velya -le dije bajito -se supone que no debemos decirle nada, podría ser perjudicial, eso dijo su médico, según su amiga Carlota –
¿Qué dijo esta señora? -preguntó Mónica, enojada.
Está preocupada porque creo que tu médico aconsejó a todo el mundo que no te dijeran nada –
¡No es posible! Yo recuerdo todo, están burlándose de mí, ¿quién me manda a dudar de mi propia memoria? En este pueblo están locos –dijo y otra vez se fue taconeando como un huracán.
Lo que sigue, me lo contó Abel, que la encontró en la calle, furiosa y maldiciendo en italiano.
¿Tú me vas a decir la verdad, Abel? –Le preguntó al pintor en vez de saludarlo.
Quieta, fiera, primero dime de qué verdad se trata –
Pues esa de que he perdido la memoria –
Ah, eso. Se supone que no debías saberlo, ¿te sientes bien? –
Mejor que nunca, a ver, dime lo que sabes –
Abel la obligó a sentarse en una banca del parque y le sugirió que respirara profundo.
¿Estás mareada?-
No –
¿Te duele la cabeza? –
¡No! –
Pues sí, perdiste la memoria, creo que de forma temporal –
Pero si me acuerdo de todo, ¿cómo es posible? –
De todo no. Olvidaste lo vivido en Agua Viva –
Yo nunca he estado aquí –
¿Y, entonces, por qué todo el mundo te saluda como si ya te conociera? ¿Es un complot?-
¿Y lo del escritor? –
Es verdad –
¡Ay, por favor! Ni en sus mejores sueños estaría yo con él –
Pues ya estuviste –
Se llevó una mano a la frente y dijo:
Si eso es cierto, debí estar loca, pero ¿y por qué él tampoco se acuerda? ¡Me trata con una frialdad! –
Él tampoco se acuerda, pero esa es otra historia –
¿También se cayó de una escalera? -preguntó en tono de burla.
No precisamente -respondió Abel.
Ella se quedó pensativa un momento. Miró tu oficina, que no estaba lejos, después a la panadería y, por último, a Abel.
No creo haberme involucrado con ese cascarrabias, pero sería muy interesante que lo hubiera hecho –
Sí fue muy interesante -dijo Abel, sonriendo maliciosamente.
No te burles, pintor, sea como sea lo tengo que averiguar –
Te será difícil porque ahora parece que le caes rematadamente mal –
Tienes que contármelo todo ahora mismo –
No, no te voy a contar nada más. Si quieres saber, esfuérzate, tal vez de ese modo te recuperes –
Como siempre, se levantó sin avisar y se fue dando pasitos cortos y torpes debido al mal terreno, pero rápidos. Abel se cruzó de brazos y dijo:
Esto se va a poner bueno –
Lo que sigue fue un relato de Jerome, que casi fue atropellado por ella frente a tu oficina.
Apártese, apártese, que llevo prisa -le dijo a Jerome, manoteando mientras hablaba.
No se preocupe, señorita, estoy bien, no me pasó nada –
Hágase a un lado, ¿no ve que no llego? –
Siga, nadie la detiene, pero vaya con cuidado o se va a ir de hocico con esos tacones –
Dicho y hecho, al voltear a verlo cuando lo decía, Mónica tropezó y cayó cuan larga es, justo a la puerta de tu oficina. Se quejaba a gritos mientras Jerome, asustado, hacía por levantarla.
¡Déjeme, yo puedo sola! Vociferaba, pero Jerome continuaba tirando del brazo de ella. Aparte del golpe en la cadera, parecía que lo que más le preocupada era su vestido, demasiado corto y se lo estiraba sin encontrar el modo de levantarse decorosamente. Jerome y empezó a reír con ganas.
Ande no, señorita Mónica, voy a tener que llamar a una grúa, con ese vestidito y esos tacones no la puedo levantar sin que sufra algún percance. Digo: otro percance -y volvía a reírse ante la indignación de la estrella.
Lo demás ya lo sabes. Alarmado por los gritos, saliste a ver qué pasaba.
Renée