Carta 115 Volver a empezar
¡Llegué a Agua Viva! Regresé directo de Costa Rica, quemado y revolcado por las olas del mar. Los últimos días estuve en la playa y en la montaña, pero mentalmente, debo de confesarte escritora, estaba ya en el pueblo.
Apenas llegué a casa y estaba esperándome, ¿quién crees? No, erraste. No era Mónica, era el mismísimo Abel. Yo fingí que nada pasaba. Créeme que me cuesta mucho, pero debo de hacerlo así para no arruinar mi venganza.
- Escritor… – su cara, era una larga. Estaba desencajado.
- No me hagas esa cara – le advertí. No quería que comenzara con su cantaleta del amor u otra de sus ocurrencias – ya no te creo ni el bendito…
- Esto es en serio. Muy en serio, amigo – se paró y fue por una vaso de fuerte. Regresó a donde estaba, jaló una silla y delante de mí y de un trago dio cuenta del alcohol.
- Conozco tus actuaciones. No te esfuerces mucho, el resultado será el mismo. No te creo nada. Eres el maestro de la mentira – el hombre negó, se sirvió otro tequila y me vio a los ojos. Sin pensárselo dos veces me dijo.
- Es Mónica… – el mundo se me derrumbó.
- ¡Con ella no juegues!
- Desgraciadamente no es un juego.
- Abel, si estás jugando te arrepentirás el resto de tu vida.
- Quisiera que así fuera, aunque no me volvieras a hablar, pero desafortunadamente es cierto…
- ¿Qué es cierto? – agachó la mirada, me esquivaba. Su cabeza iba de izquierda a derecha.
- ¿Qué pasa?, me estás asustando…
- Amigo… Mónica…
- ¡¿Mónica qué?! – grité desesperado.
- Esto no es broma. Nunca jugaría con ella, contigo sí, pero con ella no…
- ¡Dime ya! – elevó la mirada, me la sostuvo, sus labios temblaban, su mano izquierda también, señal de hecatombe en él.
- Tenemos un problema con Mónica – se sirvió un trago más, lo bebió, luego otro, aspiró – Mónica perdió la memoria.
Me quedé paralizado. Tuve la certeza de que sus palabras estaban apegadas a la verdad, y es que los ojos no mienten y en los suyos había dolor. Se había ausentado de ellos el brillo habitual. No era más el amigo de las bromas pesadas, no era más el de los cuentos largos.
Me platicó, sin perder detalle, desde que fue por ella al aeropuerto, luego de la recepción que le dieron. Me dijo que estuviste ahí. No sé si tú notaste algo, pero de camino al pueblo confirmó lo que intuyó. Mi musa había perdido la memoria, fue una pérdida selectiva. No recuerda, salvo a algunas personas, entre ellas yo, de los últimos años. Para mi desgracia no estoy en esa lista.
Cree que viene a una audición, su amiga fue quien le platicó todo a Abel. La envió con la intención de ver si al estar de nuevo en el entorno que extravió, le ayuda a recuperarlo. Debemos de actuar como si nada pasara, hacerlo en el otro sentido podría provocarle una crisis.
El tiempo le ayudará a recuperar la memoria, bueno, no es seguro, pero por lo menos así quiero creerlo.
Cuando me quedé solo me sumí en uno océano de desconcierto y desolación. Me perdí por horas, Abel sabía que eso pasaría y entonces postergó mi encuentro con Mónica, sería al día siguiente a las cinco de la tarde. Me repitió una y otra vez que debía de borrar todo de mi mente, hacer como si nunca nos hubiéramos conocido.
- Pero… ¡¿cómo haré eso, Abel?! Mi sentimiento por ella no es un juego. No es una broma, ¿lo sabes? – supo que me refería a su supuesto amor por ti. Lo vi en sus ojos, los echó hacia abajo apenado. Entre amigos, hay ocasiones que todo se dice con una mirada, con la suya leí arrepentimiento. No necesité más que eso para dejar en el olvido su juego.
- No sé cómo, pero lo tendrás que hacer.
- ¡Lo que me pides es una locura!, ¿cómo olvidarla?, ¿crees que un amor así se borra de un plumazo…?
- Si realmente la quieres… sí. El atormentarla con preguntas, el obligarla a recordar algo que no puede hacerlo, la hará ponerse peor. Puede caer en una crisis y entonces no regresar jamás.
Hablamos con el médico, me confirmó lo dicho por Abel. Tenía que olvidar todo lo vivido. Hacer como si nunca hubiera pasado. No había más camino que ese. Al colgar el alma salió de mi cuerpo. Ya con el paso de las horas comprendí que lo pedido por Abel y confirmado por el doctor, no eran más que una prueba adicional de amor y en nombre de él estaba dispuesto a hacer lo que fuera necesario para que Mónica estuviera bien. Incluído el renunciar a ella…
- ¿Seguro, escritor? – me preguntó Abel con una taza en mano, me la acercó y dijo, después de mi afirmación – tómalo de un trago.
- ¿Qué es?
- No preguntes, no querrás saberlo, solo tómalo.
- Pero…
- Confía en mí. Es el único camino – dudé por un segundo, pero vi sus ojos y comprendí que estaba hablando en serio, había un dejo de preocupación en su mirada.
Dieron las cinco de la tarde y llamaron a la puerta de mi oficina. Estaba conmigo Abel.
- ¿Listo? – Me preguntó misteriosamente.
- ¿Para qué?
- Tienes la cita con la actriz…
- ¿Para el casting? – Abel se levantó y salió por la puerta trasera. Se me hizo extraña su pregunta y su actuar. Pero no te preocupes poeta, él es así. Seguro planea una de sus habituales bromas pesadas – ¡adelante! – regresé a mi texto, estaba inmerso en él y no quería perder tiempo.
- Hola, buenos días. Soy Mónica – me paré y saludé de mano a la chica que entraba, le ofrecí el asiento, ella sonrió por educación. Su gesto era… ¡inexpresivo! El mentón levantado y su mirada retadora confirmaban su altivez. Había algo familiar en ella, pero… seguro la estaba confundiendo. Aun ni se sentaba y yo ya estaba revisando mi reloj. Hay personas con las que se hacen click, ella no era una de esas – vengo al casting para lo del papel.
- ¡Sí!, tienes razón, disculpa – mi postura era una formal. Su postura también, ambos parecíamos dos tablas conversando y es que debo de decirte poeta, que intento hacer sentir bien a la gente, pero, si es alguien que se muestra en un plano de superioridad, entonces establezco distancia. Ambos lo hicimos y aunque era una mujer bonita y con mucho porte, eso no le daba permiso para comportarse de esa manera. Toda la conversación fue distante, parecía que me estaba haciendo un favor.
Sería una mentira si te dijera que se comportó grosera, nunca lo fue, pero sí cortante y distante, estableciendo una línea claramente infranqueable. Fue bueno que lo hiciera porque no me interesaba para nada ir más allá. El mejor lugar para ambos era donde estabamos, alejados.
Le platiqué de mi labor como productor. Lo hice con la idea de darle confianza, en este mundo del cine se presta mucho para sacar ventaja de las posiciones, yo no quería que por ningún momento que eso pasara por su mente. Le enseñé algunos trabajos, fue justo ahí que vi una expresión de fastidio en su rostro, a partir de ese gesto me fijé más en ella y pude leer su desagrado, los comentarios que vertía eran falsos, más falsos que un político en campaña,
- ¡Fascinante! – dijo apenas moviendo sus cejas, sin articular sus labios y cruzando sus manos. Su emoción, no era acompañada del lenguaje corporal. Uno iba al norte, el otro al sur. Su sentado era lateral, ¿sabes cómo? Me ofrecía su costado, ¡era una clara barrera!
Nunca había conocido, bueno exagero, no es nunca, pero sí a muy pocas personas con esa capacidad de mostrar el desagrado por su interlocutor sin decirlo con palabras. Si hacerlo se pudiera clasificar como una maestría en las relaciones interpersonales, Mónica estaba en grado doctoral. Sus miradas, sus gestos, la inexpresividad, administrar sus movimientos, el no sentarse de frente, sino de lado, el saludar con el brazo estirado para dejar en claro, junta con todo lo demás, que estaba en otro nivel, algo así como estratósfera y suelo.
Sería una mentira si te dijera que yo hice algo por invitarla a relajarse, ¡CLARO QUE NO!, sí, así con mayúscula. Lo pongo así para que quede en claro mi molestia. No iba a permitir que una actriz me tratara de esa manera. Yo había sido respetuoso, nunca di pie a que pensara otras cosas, no tenía razón para cavar esa zanja. No, en definitiva, no y si se trataba de portarse frío y distante, también lo sé hacer yo.
- ¿Y dónde puedo ver tus fotos?, ¿trajiste portafolio?
- No – contestó con resequedad – puede verlos en las redes sociales.
- ¿Cómo vienes?
Para mi sorpresa escritora… ¡era mi amiga en una de ellas! Sonreí porque yo no mando solicitudes, eso quería decir que la diosa, la María Félix reencarnada, era quien me había buscado, ¡había bajado del olimpo para conocer a un mortal!
- ¡Eres mi amiga! – dije burlonamente – ¿Cuándo me mandaste solicitud? – reía hacia el interior por mi pregunta, te confieso, con toda la maldad que soy posible en engendrar.
- No, no fui yo, creo que usted me la debió de haber mandado.
- No lo creo, yo no mando solicitudes – sus ojos se encendieron, sonrió y asintió, pude leer un insulto en su mente. La primera batalla la había ganado – bueno, si gustas aquí veo tus fotos y si pasas a la siguiente ronda te hablo, ¿te parece?
Cuando salió le hablé a la responsable de talento.
- ¿Recuerdas a la actriz que me mandaste?
- ¿Mónica?
- Sí.
- ¿No te gustó?
- Sí, si da el papel – buscábamos a alguien que encarnara a una mujer hermosa, altiva, que se sintiera dueña del mundo – pero busca a otras. No regresará.
- ¿Por qué?
- No hicimos click y es de esas que no ven para abajo.
Ese es mi historia, hasta el momento. Ten cuidado si cruzas con ella en el pueblo, escritora, aunque no creo que dure mucho, quizá ya haya tomado el vuelo de regreso.
Eduardo.