Carta 114 Conocerlos
No les crea nada, Renée -dijo Jerome cuando terminamos de leer tu carta -nomás están jugando, vaya usted a saber cual es la verdad –
Y no les creo, Jerome, a lo mucho me divierto con las ocurrencias de los dos -respondí.
Ay, pues yo celebro que por fin haya confesado que no te quiere -dijo Celestina -porque yo sí estoy interesada –
Señora Celestina -intervino Jerome -¿cómo se le ocurre? –
¿Cómo que cómo se me ocurre, carterillo? No seas pelado, si solo tengo 70 años, le llevo como 10 o 15 al pintor. Hoy día 10 años no es nada -contestó Celestina, arreglándose el peinado -además -agregó -¿Qué se iba a andar fijando en esta muchacha? Es más mustia que una vela gastada. Con perdón, eh, mija -dirigiéndose a mí.
No le digo -repeló Jerome -en cuanto no está don Abel usted aprovecha para hacer de las suyas. A ver, ¿qué tiene en contra de Renée? -y a mí -Renée, defiéndase, caray –
Está de broma, como Abel y el escritor, Jerome, ¿verdad, Celestina? -respondí.
Pues mira, muchacha, mitad en broma, mitad en serio, pero no te enojes, no digo mentiras, eso todo el mundo lo sabe -siguió Celestina.
Oiga, doña, usted no tiene vergüenza, mejor me la voy a llevar -y se levantó Jerome.
Y a poco crees que me voy a ir así nomás -dijo ella -quiero escuchar otra vez la carta, me encantó. Ándale, mija, léela de vuelta –
¡Que no, que no! -renegó Jerome -se está pasando tres pueblos, señora –
Yo te la presto, Celestina, puedes leerla todas las veces que quieras, al fin y al cabo, todo el mundo se entera siempre de nuestra correspondencia -fue mi respuesta.
Ay, Renée, ¿no le digo? -señaló Jerome.
Trae para acá -dijo Celestina, arrebatándome la carta y se dirigió a la sala. Jerome y yo nos quedamos en la cocina, nuestro lugar favorito.
¿Qué usted nunca se enoja, Renée? Parece que tiene atole en las venas y discúlpeme que se lo diga -observó Jerome con la vista clavada en la mesa.
¿Y de qué sirve enojarse, Jerome? Ya estuve enojada muchos años y la verdad es que es agotador -contesté.
A veces es necesario, no me diga que no; por ejemplo, ahorita, yo que usted hubiera puesto en su lugar a esta señora –
Te tomas demasiado en serio a Celestina, ¿vamos a hacer que una discusión la cambie? Pues no. Es muy rato que alguien reconozca un error frente a alguien –
No sé, no me gusta que le diga cosas, es como si se sintiera superior a usted y a todos. Me acuerdo aquella vez que Dominga le dijo sus verdades, ¡cuánto lo disfrutamos! –
Y ya ves, estamos en las mismas –
Es cierto, al final no va a cambiar, pero óigame, da coraje –
Lo del escritor y el pintor también se las trae -dijo Jerome -mire que andar con esos circos a su edad. Ya lo sabe que yo estoy del lado del escritor, pero lo que ellos hacen ya se pasó de la raya –
Pues sí, así han sido siempre, sin embargo, puedo asegurarte que no me engañan. Los conozco bien y sé lo que tengo que creer de cada uno. Es un concurso, Jerome, son como dos niños jugando a ver quién puede más. ¿Recuerdas aquella carta que me escribió Abel, desenmascarando, según él, al escritor? Todo fue muy raro, lo mismo que los relatos del escritor cuando me cuenta cómo es Abel en su presencia –
Lo malo es que hay algo de verdad en lo que dicen. No completamente, soy testigo, pero algo hay de cierto, no se crea que no –
Puede ser, pero ellos tergiversan tanto la realidad, que van a terminar por creer sus propias mentiras –
Por lo pronto sabemos que el escritor está enamorado y que la señora Mónica ya está en Agua Viva, esperándolo –
Así es –
Me dijo Isabel que apenas se bajó de la barca, de inmediato empezó con sus exigencias. Que si dónde hacían buena pasta, que dónde estaba el salón de belleza y que alguien debería ayudar a don Abel con su equipaje porque él solo no iba a poder –
Velya le dijo: “usted podría ayudarlo, señora” -le conté.
Eso también lo supe -y soltó una carcajada -hasta el pintor se burló de ella, cosa que debe haberla molestado muchísimo –
Ya lo creo que se molestó -yo también me reía.
Dijo Isabel que la vieron torciéndose los tobillos entre las piedras con los tacones mientras se alejaba y que don Abel discutía con ella, aunque en tono bastante condescendiente –
Así fue, pero, eso sí, estaba guapísima, como siempre –
No, si el escritor no tiene malos gustos –
Y que lo digas –
¿Usted cuánto calcula que duren? –
No lo sé, él se ve muy entusiasmado –
Pues ella también lo está, mira que venir desde Italia hasta Agua Viva por él. Póngale un año –
No lo sé, Jerome, esto de las parejas es una lotería –
Yo les doy un año. Ella es una bomba, Renée, no creo que se quede por siempre aquí –
Podrían darnos una sorpresa, nada está escrito –
Eso sí, nada está escrito, es verdad, pero se vale hacer quinielas –
Lo único cierto es que en este momento se quieren, hay que ayudarlos a que todo les sea propicio, nosotros somos expertos en eso –
Oh sí, nos pintamos solitos para armar la refolufia –
Esta fue la conversación de hoy con Celestina y con Jerome. Nada del otro mundo, como puedes ver. Después salí al patio a aspirar el aroma de la tierra mojada, pues no ha dejado de llover en estos días y me acordé de la reunión que tuvimos una vez con Hemingway. Hacía mucho frío y bebimos aquel vino caliente que nos preparaste, ¿recuerdas?
Renée