113 LA CABAÑA II
Tengo las llaves y el ímpetu de vivir, ese infundido por el recuerdo de Mónica. Necesito salir de aquí, debo de hacerlo porque lograrlo me permitirá volver a verla. Aprisiono las llaves, son mi posibilidad de huir de este lugar olvidado del mundo y debo hacerlo antes de que regresen.
Camino más rápido, pero cuidando de no hacer ruido; coloco la mano derecha en la perilla, en la izquierda sostengo el bate. Es imperante aferrarme a algo, necesito una razón de vivir por lo que pueda venir y esa, sin duda alguna es ella. Cierro los ojos y entonces traigo a mi mente su recuerdo, admiro sus ojos, me embeleso con sus labios, siento su aroma, me lleno de él… asiento. Estoy listo, yo lo estoy, pero… pero el destino no. Justo un instante antes de girar la perilla, escucho un ruido, me paralizo, mis pulsaciones se van al mínimo, bloqueo la garganta con mi lengua, la echo hacia el paladar. Mi inmovilización agudiza los sentidos. Escucho hasta el más mínimo crujir de la madera, el avanzar de las manecillas del reloj que está en la habitación, el refrigerador, los… pasos de quien está en el techo.
Emparejo el respirar con sus pisadas, quiero esconderme detrás de ellas. Mis desorbitados ojos intentan ver en la oscuridad. Después de un momento se adaptan a ella y es cuando percibo una sombra que camina frente a la entrada principal de la cabaña. Me recargo a la pared, a un lado del atizador de leña. Lo tomo, evalúo en instantes cual de mis dos opciones será la más conveniente, dejo el bate. La mirada se estaciona en los dientes de la herramienta. Tengo pavor, pero a la vez valor. La adrenalina es quien me la inyecta. El silencio reina, han detenido su andar por la azotea. Planean entrar. Si piensan que será fácil, están muy equivocados. Me asomo por la ventana, lo hago con sigilo y es que veo por primera vez a uno de ellos, el de la chamarra, hay por lo menos otro en el techo, el de las pisadas. Voltea a donde estoy, trae un antifaz y la gorra, no se ve su rostro, pero sí sus ojos, sostenemos las miradas.
La mejor defensa es el ataque, aprieto con todas mis fuerzas el atizador, es largo, hago un plan mientras lo ejecuto, lo golpearé y correré al auto, antes de que lleguen más. Abro la puerta sin pensarlo, él me ve y se sorprende.
- ¡Para! – grita al verme decidido, no puedo dudar – ¡Espera! – corre, huye. Va con dirección a mi automóvil. Los papeles se han volteado, el agresor se convierte en víctima, eso me da valor. Cambio mis planes y antes de escapar, llevado por el espíritu de supervivencia, decido dar cuenta del intruso.
- ¡Te mataré! – grito fuera de mi – ¡te metiste con la persona equivocada! – queda de un lado del carro, yo del otro. Está asustado. Estira las manos y hace un gesto para que no avance.
- ¡Soy yo! – no reconozco la voz, por la agitación pudiera ser la de cualquiera.
- ¿Quién eres? ¡Quítate el pasamontañas! – lo amenazo con el atizador.
- Sí… – lo hace con rapidez, es…
- ¡¡¡Abel!!!
- ¡Sí! – un ataque de risa le impide hablar. Sus carcajadas, después de un momento me contagian, río solo por eso, no porque se me haga graciosa la estúpida broma de mi amigo.
Ya pasado el susto me platicó que quiso venir a verme porque se estaba volviendo loco de amor, que temía por su vida y vino a buscarme para conversar, pero que antes de salir de Agua Viva, vio una película que le dio la idea de hacerme la broma. Iba solo, las pisadas en el techo las hizo con una bocina y la vestimenta la había sacado de un traje de apicultor que estaba colgado afuera de la cabaña. Mientras me contaba disfrutaba como niño por su bromita.
- Pintorcillo, no sé qué hubiera pasado si te alcanzo…
- ¡Pues me das una paliza!, pero como siempre, soy inalcanzable para ti – volvió a reír, la sangre me hervía, pero la venganza es un plato que se come frío.
Sacó de su automóvil unas botellas de tinto y encendió la bocina, la misma con la que me había asustado, buscó en su móvil.
- Escucha, miedoso… – ¡eran los pasos! De nuevo comenzó a reír.
Te confieso que quería matarlo, pero no podía mostrar molestia, reía casi igual que él. Entre nosotros el que se enoja pierde.
La noche en el Valle era espectacular, estrellada y fresca. La cabaña tenía en la sala el techo de cristal, así que desde ahí podíamos observar nuestra parte de universo.
- Necesito pedirte un favor, escritor – esas eran las palabras que marcaban la transición del pintor, supe que venía la parte seria.
- Ya sabía que no habías venido hasta acá solo para hacer bromitas infantiles.
- ¡Supéralo! Siempre te gano – desvaneció la sonrisa – estoy mal amigo, muy mal.
Fue ahí que entraste nuevamente. Fue ahí que me platicó en medio de un llanto lastimero y con música de fondo, Pairos y derivas, la de Fernando Delgadillo, que su amor por ti lo resquebrajaba.
- No hay ruido más ensordecedor que el del corazón al desgarrarse.
- Escucho el tuyo pintor – se hizo un silencio eterno. Sus ojitos se hicieron agua, yo… lo acompañé. Fue entonces que me pidió, me rogó, que hablara contigo.
Como lo sabes, lo hice y es aquí que te pido que unas todo lo platicado, todo eso que parecía inconexo, ahora toma sentido. Creo que no tienes duda de que él me dejó en claro su amor por ti. Lo que te conté solo fue un resumen de sus suplicas, era así como un resumen ejecutivo. Bueno, pues yo preocupado por él y con tu desinteresada respuesta, decido ir a verlo, pensé que lo mejor sería comenzar a desilusionarlo. Había llegado el momento de enfrentarse con la verdad.
Llegué a su casa, había dejado la puerta abierta, entré, porque así solemos hacerlo entre nosotros, su casa es mi casa y la mía la de él. Lo busqué por todos los cuartos, hasta por el pequeño almacén de pinturas, ¿recuerdas?, ese que está a un lado de la cocina. Entro y para mi sorpresa, no era un almacén, nunca había estado ahí, siempre lo tiene cerrado, es una oficina, puesta a todo lujo. En la pared del frente estaban hojas colgadas, seguían una lógica, marcaban un camino, un plan… tenías razón. No está enamorado de ti. Todo lo que ha estado haciendo este año, año y medio, ha sido reírse a mis costillas. Todo lo tiene ahí, sus actuaciones, el guion a seguir, cada palabra estaba ahí, el muy… mandó a escribir la historia con un amigo de él que trabaja para una productora de cine. ¡Por eso está tan bien hecho todo!, ¡El pintorcillo es incapaz de crear algo así en su mente! Las canciones, los poemas, hasta el mal cuento, ¡todo! Lo mandó a hacer. Ahí está su última bromita, la de la cabaña, lo planearon él, el guionista y hasta un productor, el desgraciado no escatima en nada…
Dejaré aquí la carta porque muero de vergüenza contigo y de coraje con él. Ya me vengaré, pero tendrá que ser con una gran producción, no cualquier broma, por lo pronto dejé todo como lo encontré, no quiero ponerlo en alerta.
Disculpa mi inocencia y mi intromisión.
Eduardo