Carta 111 La cabaña
Escritora:
Disculpa el cambio de profesión que te hice en la carta anterior, ese Abel me trae con la cabeza fuera de lugar y con ello no me excuso de mi falta, la equivocación fue mía, no de él. Lo que sí es responsabilidad de él, es su amor por ti y el cómo me presté a…
Debo de empezar por platicarte que tengo más de un año escuchando el llanto lastimero de mi amigo, he sido su paño de lágrimas para el amor que siente por ti; hemos hecho de todo, él en nombre del amor y yo en el de la amistad. Al decirte todo comprende todo, desde tardes silenciosas de reflexión hasta dar cuenta de una caja de cajas de botellas de tinto en una noche de corazón desgarrado. Me hizo escuchar Amanda Miguel, Yuri, Lupita D´Alessio y todas aquellas cantantes y canciones de amor que hacen del desamor su razón de ser. No tienes una idea escritora. De lo que lloró por ti, sin exagerar, podría llenar una piscina con sus lágrimas; fueron noches y noches que llamó a la puerta sin importar la hora y yo, más dormido que despierto estaba ahí. Escuché una y mil veces del amor que siente por ti, un amor jurado; hablando de jurado, caminó hasta San Judas ofreciendo su andar a cambio de que tú te fijaras en él.
Debo de confesarte que yo siempre lo veía con admiración. Y es que ver un hombre con esa capacidad de amar, es siempre algo digno de aplaudir. Escribió poemas, canciones y hasta… ¡un cuento!, por cierto, malísimo, pero aquí la intención es la que cuenta. Bueno, quiero ponerte en contexto de todo lo que hizo estos últimos meses tu pretendiente, lo hago para que entiendas mi actuar. Bien sabes que no me gusta eso de andar metiéndose en la vida de los demás, pero al final de cuentas lo hice y me atreví a darte esa sugerencia empujado por la desesperación y sufrimiento que vi en el rostro de aquel… amigo.
No te me desesperes por la extensión de la carta y lo inconexo que parece mi narrativa, continúa leyendo hasta el final, al terminar te darás cuenta de que todo tiene que ver. Te hará click cuando unas todas las partes. Te repito, aunque parezca inconexa, sigue. Los párrafos que a continuación leerás se te harán más sin razón de ser, pero…
Hace un par de semanas estaba en el Valle de Guadalupe, ya a punto de dormir llamaron a mi puerta, el hotel está en el desierto, remontado en la nada, así que encendí las alarmas. Me asomé por la mirilla, pero no se veía nada, solamente una sospechosa sombra.
- ¿Quién es? – pregunté fingiendo seguridad. Días atrás habían encontrado a unos turistas muertos, los habían asaltado y estos, al tratar de defenderse encontraron la muerte. Es por eso de mi preocupación.
Me asomé por la ventana, fui descubriendo con sigilo la cortina, era una pesada, gruesa, ello me ayudó a hacerlo así, con lentitud. Estaba ahí un hombre, de espaldas, llevaba una chamarra gruesa y una gorra, en la mano… un bate de… ¿beis bol?. Lo estaba blandiendo con determinación. Mi respuesta fue cerrar la cortina y pegarme a la pared. El corazón galopaba, quería salirse del cuerpo.
- ¡¿Por qué?! – me recriminaba desesperado el momento en que había tomado la decisión de hospedarme ahí, un hotel boutique en medio de la nada, anunciado con el slogan: desconectado del mundo. Realmente justo eso era, no tenía conexión de internet, no había señal, no había energía eléctrica. Todo lo que necesitaba en ese momento para pedir auxilio, era lo que ellos usaban como valor de venta.
Pasó por mi cabeza los peores escenarios, pude incluso sentir el impacto del bate en mi cráneo, cerré los ojos como respuesta a ello. El hombre caminaba alrededor de la casa, no lo veía, pero lo escuchaba, de vez en cuando, extendía su arma y con ella recorría la pared, hacía un ruido atemorizador, ese era su objetivo y bien que lo lograba. Cuando se iba a emparejar a mí, me agaché y fui en el otro sentido. Temía que los latidos de mi corazón me delataran, estaba seguro de que se oían al otro lado de la pared.
Hubo un momento de espera, sus pasos dejaron de escucharse, los latidos disminuyeron, mis pensamientos fatalistas se pausaron o por lo menos dejaron de pintarse en rojo, eché la mirada a mis manos, temblaban de manera independiente. No respondía a mi aparente calma. Toqué mi pecho y estaba bañado en sudor. La tembladera continuaba así que agarré con mi mano derecha la izquierda, la sometí hasta controlarla. Contuve la respiración y afiné el oído. Quería, debía estar seguro de que se había ido. Apenas lo estuviera, tomaría el auto y me iría a la ciudad, dejaría todo ahí. Al día siguiente, ya con luz, regresaría por mis cosas.
La espera me pareció eterna, pero después de una segunda comprobación, tuve la certeza de que estaba solo. Aflojé el cuerpo, eché mi cabeza hacia atrás, la recargué en la pared, mi mano cubrió los ojos, los apreté con fuerza, solté el aire, me senté en el piso, solté el cuchillo… ¡cuchillo! No supe en que momento me hice de uno. Fue el instinto de supervivencia lo que llevó a hacerlo.
Reproduje cada instante desde que escuché el llamado a la puerta para encontrar el momento justo que tomé la decisión de hacerme del arma. Lo repetí una y otra vez, pero nada, lo había eliminado de mi cabeza. A cambio hubo uno que se mostró más claro en cada reproducción, el de Mónica, a ella estaban dedicados mis últimos pensamientos. Estaba feliz de haber concluido mi vida a su lado. No me arrepentía de nada, si el tiempo pudiera echarse atrás para rehacer tu historia, sin duda alguna ella sería nuevamente mi elección. Y es que su llegada le había dado vida a mi vida. No está mal escrito, no es una cacofonía, bueno sí lo es, pero es una justificada, es para que puedas comprender su real valor, su protagonismo en mi existencia. Te vuelvo a pedir revisora, que así lo dejes, aunque te rechinen los oídos, por favor, no corrijas.
Aun sentado en el piso sonreí al darme cuenta de que no me importaba morir, no después de lo vivido con mi musa. Lo que me causaba temor era la forma y el cómo sería enfrentar ese fugaz momento que marca la diferencia entre la vida y la muerte. Experimenté un escalofrío al pensar en el impacto del bate con mi cabeza y ver después mi cuerpo en medio de un charco de sangre. Me siento somnoliento, no sé a bien si es una pesadilla o es la realidad, si es la primera ya quiero despertar, si es la segunda ya quiero dormir para siempre.
Otro impacto provoca un sonido aturdidor, mi vista lucha en forma instintiva por no cerrarse, sabe que si lo hace no hay vuelta atrás, pero ya deseo que todo acabe. Veo la sangre, es de un rojo intenso hipnotizante.
- ¡¡¡Cuánta!!!, ¿toda esa estaba en mí?
Se me hace inverosímil haberla contenido en la cabeza. Mis ojos ven en horizontal, rojo, madera y… los pies de mi asesino. Se coloca en cuclillas, está al alcance de mi vista, lucho por reconocerlo, es alguien cercano. Seguramente ya estoy perdiendo funciones, así debe ser cuando se muere y yo, estoy muriendo. El hombre sonríe. Me enfado, siento una ola de rabia, no con él, sino conmigo, se me hace estúpido haber muerto así, morir de nada, detener mi vida por la decisión de hospedarme en aislamiento.
Me paré y fui en búsqueda de las llaves, me iría ya de ahí, iría a la ciudad donde hay señal y le hablaría a Mónica, le diría que regresara o que me iría a Milán, haría lo que quisiera, pero quería estar a su lado.
Continuará…