Carta 108 JEROME Y ABEL VISITAN A LA POETA
El inevitable chismorreo
Aquí también amaneció despejado ya del todo, sin embargo, el aire es todavía húmedo y la tierra, como que exhala satisfecha. Las margaritas, que riego cada tercer día, en esta racha de lluvias han reverdecido y parece que pronto darán flores y luego la madreselva ha dejado crecer sus brazos como pequeñas serpientes verdes y felices que quieren volar en dirección a la luz.
En otros países la lluvia es un inconveniente, pero aquí, en el desierto, es como un bálsamo.
Bueno, llega Keylor como si poco tuviéramos con Jerome, a cual más entrometido. Hay gente que no puede evitar el metichismo por más que lo intente. Yo aprendí a guardar silencio desde muy joven porque seguía el ejemplo de lo que veía: parlotear, pero un día me di a la charla intensa con una amiga por horas y tuve algo así como una “resaca” de palabras. Por la noche me seguía escuchando a mí misma decir tremendas tonterías, frases hechas, críticas y redundancias y hasta mi voz me sonaba como una tarabilla. Desde ese día dejé la costumbre del parloteo y pude observar que es como un vicio que mucha gente tiene en el que, más que hablar con otra persona, todo se lo dice a ella misma. Observo que en algunas conversaciones alguien está hablando de un asunto y la otra persona, muy sutilmente, habla de otro. Lo entretejen convenientemente, pero en verdad es inusual que alguien te escuche y esté en lo que estás diciendo. Todos hacemos lo mismo de una u otra manera.
Siempre tendrás esas interferencias en Agua Viva; Jerome, que suele abrir nuestra correspondencia, está enterado de todo y ahora llega Keylor, pues prepárate, es la cereza del pastel. Su contraparte, creo, es el bueno José Luis, que guarda siempre un saber estar pocas veces visto en un hombre. De verdad y, perdona que diga esto, que no te incluye, los hombres, en general, han perdido el rumbo con respecto a los modales. Una vez tuve un pretendiente músico que me invitó a verlo a un teatro. Se suponía que me estaba “conquistando” y allá que voy al concierto. Al terminar, me escribió un mensaje y me dijo que saldría por la puerta de los artistas en pocos minutos, los cuales aproveché para ir al baño. Cuando llegué a la puerta de los artistas y pregunté por él (no habían pasado ni 10 minutos), me dijeron que ya se había marchado. Le envié un mensaje, por si me estuviera esperando en alguna otra parte y me contestó:
“Sí quería verte”. Esa fue su respuesta. Eran cerca de las 10 de la noche en invierno, hacía frío y era un lugar por donde casi no pasaban carros, aparte de mi miopía, que se agrava en la oscuridad. Tuve que caminar con mucho miedo por esas calles hasta encontrar un taxi con la sensación de que era yo quién había perseguido al músico. Seguimos coincidiendo en el ambiente musical y él se porta de lo más amable: haz de cuenta que aquello nunca ocurrió para él. Considero que fue, no solo una gran descortesía, sino una grosería, como si hubiera querido darme una lección; sin embargo, yo me acuerdo y me apena cuando lo veo desplegar su “encanto” con otras personas. Sé que es mentira, él en verdad no es así. Nunca le he reclamado porque temo que me decepcione todavía más su respuesta, así que le permito el “decoro” de mi ignorancia.
Pues decía yo que José Luis es de esos hombres honestos, gentiles, cabales y, además, simpáticos, con los que uno puede hablar tranquilamente sin temor a descolones como el de aquel señor. Tú también eres como José Luis, estoy segura de que nunca te comportarías así ni con Mónica ni con nadie.
¿Y cómo había empezado esta carta?, ¿acaso no es esto un pequeño chismorreo? Nadie, nadie está exento del chisme, así que permíteme que me carcajee aquí de todo lo que dije anteriormente.
…
¿Pero cómo pudo permitir semejante cosa? -me dijo Jerome después de leer mi carta, cuando se la entregué.
Yo, ya sin rastro de asombro, le contesté:
No es que lo permitiera, es que ocurrió sin más, no me dio tiempo a evitarlo-
Abel, que le arrebató la carta a Jerome y me la devolvió, agregó:
¿No te digo? Aquí no hay manera de guardar un secreto. A ver cuándo nos toca a nosotros descubrir los tuyos -dirigiéndose al cartero.
Será difícil, don Abel, todos aquí saben cómo es mi vida -respondió con una sonrisa.
Estoy seguro de que algo habrá y ya me enteraré yo -concluyó el pintor.
Como si no me conocieran, además, usted no es lo que se dice confiable tampoco, ¿o no se acuerda de aquel día que me engañó para robarme una carta de los escritores? -dijo Jerome, retando a Abel.
Bueno, sí, aquello…pero fue porque el escritor me había difamado. Tenía que limpiar mi nombre-
Entonces no se queje, en el fondo todos somos iguales, nos encanta el chisme, hasta a mi mujer, que es toda propiedad y discreción, le gusta-
Y habemus otro chismoso -recordó el pintor, tal vez para cambiar de tema -nada menos que tu compadre Keylor-
Ah, mi compadrito, estoy tan contento de que haya venido a Agua Viva. Lo único que no me gusta es cómo canta. Si lo escuchara usted, don Abel, es una penita, de verdad-
Ni lo permita Dios que lo escuche, prefiero al amigo tenor del escritor, ese sí canta-
Ya lo creo -respondió Jerome, tomó su último sorbo de chocolate y se levantó de su silla.
Vámonos, don Abel, no hay que agobiar a la escritora, sé que tiene cosas que hacer y nosotros siempre la interrumpimos-
Vete tú, si quieres, ¿por qué tengo que irme yo? –
Que nos vayamos, le digo, ¿no ve qué cara tiene ella? No dice nada, la pobre, a lo mejor la estamos molestando-
No me molestan -dije yo -no es necesario que se vayan-
Yo no me voy -respondió Abel, sirviéndose otra taza de café.
En ese caso, yo tampoco me voy. No la voy a dejar solo con este señor-
Pero qué tonto eres, Jerome, ¿qué soy un desconocido? -preguntó Abel, airado.
¿Tonto yo?, ¿tonto yo? –
¡Pues sí, mira que cuidarla de mí! De tu lengua habría que cuidarla-
Mire: no le respondo porque aquí está Renée, que si no, ya le habría dicho lo que piensa de usted el escritor-
No menciones al escritor y tengamos la fiesta en paz-
Sí, mejor no digo nada-
Hubo un silencio incómodo, todos miramos hacia otra parte, hasta que Abel dijo, visiblemente ofendido:
¿Y qué tiene que decir ese escritor de mí? ¡Ahora que anda de romántico hasta se cree que vuela!-
Jerome y yo nos reímos sin poder evitarlo y Abel se enfadó. Jerome le señaló la puerta.
¿Nos vamos, púes, don Abel?, ¿o nos quedamos peleando enfrente de Renée?
Yo no quiero pelear, Jerome, y menos enfrente de Renée, pero ese escritor me va a oír en cuanto lo vea…
Así los dos toda la tarde, hasta cuando no estás, estás presente.
Renée