Carta 131 Y en otras historias…
Ahora soy yo la que se adelanta con este envío de doble carta, una vez que he salido de muchos compromisos que tuve en semanas anteriores.
En Agua Viva, déjame contarte, los acontecimientos siguen su curso con respecto al concierto, para el que faltan muy pocos días, pero déjame que te diga que tu carta ha circulado por todo el pueblo y ahora eres archifamoso. La gente se reúne a escuchar su lectura en bares, cafeterías y reuniones particulares, en verdad has tenido un gran éxito con ella y, además, con el audio del beso que publicaste, pues más famoso todavía. Mónica y tú se complementan a la perfección, pues tú eres muy sensual para escribir y ella lo es en su persona. Tal para cual. Que ahora no estén juntos es un asunto fortuito, pero estoy segura de que se atraen de cualquier manera.
Por otro lado, tu éxito literario, en cuanto a esa carta y al audio del beso, se deba también a que la vida misma es un canto sensual en sus ciclos y estaciones, desde las raicillas que crecen en silencio por debajo de la tierra, hasta nuestros procesos reproductivos y la propia renovación celular de nuestro cuerpo. Todo es un solo movimiento de vida y renacimiento sobre la tierra. La sensualidad no solo tiene connotaciones sexuales, sino que es el principio rompedor, la danza de la luz, el florecimiento y la marchitez de cada una de sus creaciones y criaturas. Es algo inherente a todo ser y eso es lo que ciertamente llama y llama con fuerza.
Mónica guarda una copia en su bolso, mira si le gustó, pero no dice nada y la lee de vez en cuando a escondidas. Su amigo Fabio la visita muy seguido, ahora que se han vuelto a encontrar, y está enterado de lo que está ocurriendo alrededor de su exnovia. Como bien sabes, la sigue a todas partes, a los ensayos, a los preparativos del concierto, a las comidas en grupo en el parque y, a veces, hasta a las reuniones particulares que hacemos, tanto en mi casa como en el estudio de Abel. Antes era en compañía de su amiga Carlota, pero últimamente se les ve solo a ellos dos. Carlota, como buena Celestina, se ha desterrado un poco.
La última vez que nos reunimos fue una tarde de aguacero en el estudio de Abel, que nos invitó a una merienda sensacional que él mismo preparó. Nos hizo una tortilla de calabacita estilo español, una ensalada a la italiana, que Mónica y Fabio celebraron especialmente y un postre, también estilo ensalada, de betabel, zanahoria y manzana ralladas con aceite de oliva y arándanos. Algo especial y delicioso. Estuvimos solo ella, Abel, Fabio y yo y contemplamos desde lejos la tempestad, foto que tomó Abel y que te mandé esa misma tarde.
Mónica hablaba interminablemente en italiano con Fabio, de codos en el descansillo de la terraza, mientras que Abel y yo charlábamos sentados, tomando un espumoso café, viendo caer la lluvia, que se derramaba sobre el pueblo como un torrente.
Hablamos de ustedes y los dos coincidimos en lo que al principio de esta carta te decía: que ustedes se atraen aun cuando no se recuerden. A pesar de eso, Abel opina que Fabio va ganando terreno y se preocupa por ti. Pero se preocupa de verdad, fuera de toda broma, porque te estima a pesar de sus bromas y sus peleas.
En un silencio que se hizo entre nosotros, le pregunté:
Y entonces, ¿Gabriela? –
Y me miró como si me recriminara.
No lo sé -respondió -tal vez siga casada-
¿Es casada? –
La última vez que la vi, se preparaba una fiesta de compromiso en su casa, supe que era eso, y la vi a ella vestida de blanco y a uno de sus primos, que se moría por ella, muy juntos en el jardín –
Tal vez era solo hablaban y no es que fueran a casarse –
Lo dudo, él ha estado enamorado siempre de su prima –
Yo que tú, iría a comprobarlo –
Me dolería por segunda vez y no estoy preparado para eso –
¿Y si estás equivocado? –
Ha pasado mucho tiempo, un año tal vez, ese asunto está muerto y enterrado –
Qué lástima -dije -me gustaría mucho verte feliz –
Y a mí también me gustaría que tú lo fueras. Dime una cosa, poeta, ¿eres humana o solo eres un extraterrestre que se pasea entre nosotros? No sabemos casi nada de ti, en cambio tú sabes vida y obra de todo el mundo en este pueblo –
Solté una risita que a Abel le pareció muy misteriosa, incluso me señaló con su dedo índice.
¿Ves? Nunca dices nada, ¿por qué no me hablas de ti? En una carta que le mandaste al escritor hablabas de un impresentable que te dejó plantada, pero eso es todo. Y yo me pregunto, ¿qué clase de esperpento es ese que deja plantada a una mujer que está cortejando? No lo entiendo –
Es un asunto pasado, Abel, además, ¿de qué sirve regodearse en ello? –
Lo conozco, ¿verdad? –
Puede ser –
¿Es uno de los músicos del grupo de José Luis? –
¿Y qué vamos a hacer si lo es? No hay caso perder el tiempo hablando de ello. Lo que dije fue un poco a manera de pataleo, pero ya no importa –
Si no me lo dices tú, lo investigaré yo –
Es mejor que lo dejes -advertí yo, más seria.
Sabes muy bien que no lo dejaré, así no quieras hablarme después –
Si lo haces, tal vez dejaré de hablarte. Es un asunto muy particular –
Es que me entra “la ira del Señor” cuando me acuerdo -replicó Abel.
Y a mí me entristece que tú no tengas el valor de ir a ver qué pasa con Gabriela. Hagamos un trato: tú buscas al músico y yo busco a Gabriela, ¿qué te parece? –
El pintor se quedó pensativo un momento. Claro que no le gustaba la idea. Me miró unos minutos, como si su mirada fuera a hacerme cambiar de opinión.
¿Y qué haremos cuando los veamos? -preguntó
Ah, pues no sé qué quieres hacer tú con el músico. Yo le preguntaría directamente a Gabriela si en verdad se casó con su primo –
Después de un larguísimo e incómodo silencio, Abel aceptó.
Bien, hagamos eso -dijo.
Mónica y Fabio se unieron al café, pero Abel ya no era el mismo. Lo noté callado y ausente, pero no quise incidir en su estado, bastante había hecho aceptando nuestro trato.
A Mónica se le subió un poco el vino dulce que tomamos después del café y, ya por la noche, Fabio tuvo que cargarla en brazos hasta el carro. Yo me fui con ellos y deberías haber escuchado todo lo que ella dijo de ti en su borrachera. Fabio la escuchaba, muy serio también. Cuando me dejaron en casa, aún caía una llovizna espumosa.
Me despedí de ellos desde la reja.
Renée.